Rubén Amón-El Confidencial
Las derechas, los jueces y la prensa engrosan las categorías que el nuevo Gobierno se ha propuesto combatir como munición de una falsa batalla ideológica
La coalición del bien y del progreso necesita justificarse no tanto en los milagros que van a producirse como en el antagonismo que los amenaza. Es la perspectiva desde donde Sánchez e Iglesias han diagnosticado tres peligros que deben combatirse desde un estado de excepción: la oposición política, los jueces y la prensa hostil. O sea, las mismas fuerzas demoniacas a las que Silvio Berlusconi atribuía la pretensión de sabotearlo. Observaba el Cavaliere una conspiración de la que pretendió desquitarse legislando a su medida. Y socavando la credibilidad del sistema.
Se trata de una comparación premeditadamente hiperbólica y estrafalaria. Porque Berlusconi era un delincuente. Porque ejercía el poder de un magnate. Porque retozaba en el conflicto de intereses. Y porque condujo la patria a una profunda degeneración ética y estética.
Sánchez se encuentra en las antípodas ideológicas y políticas del berlusconismo, pero llama la atención el énfasis dialéctico con que divide la opinión pública. Y la temeridad con que ha caricaturizado a los enemigos, hasta el extremo de convertirse él mismo en el dique del mal y del oscurantismo. El principal mérito que reivindica el eje del bien consiste en preservarnos de la atrocidad que representaría cualquier otra alternativa. La virtud de Sánchez e Iglesias no radica tanto en las cualidades propias como en administrar el antídoto que ahuyenta la España medieval. Más espantoso es el enemigo, más se justifican los excesos para combatirlo.
Sánchez se encuentra en las antípodas ideológicas y políticas del berlusconismo, pero salta a la vista el énfasis dialéctico con que divide la opinión pública
Se explica así la pretensión de someterlas al liderazgo editorial de Santiago Abascal. Y de amalgamarlas en una suerte de coalición perversa cuyo mejor remedio consiste naturalmente en el sanchismo. Es la razón por la que Casado debería recapacitar sobre el rumbo del PP. La ultraderecha ultramontana de Vox necesita de una polarización que puede arrastrar a los populares. Es el contexto político en que se ha producido la retirada de Borja Sémper. Y el síntoma de una crisis de identidad que remite a la tentación del extremismo, aunque es Pedro Sánchez quien recela de cualquier acercamiento a la otra orilla. La proclamación de la fiscal Dolores Delgado representa una provocación, un desafío a los espacios de consenso, pero no debería servir de excusa a Casado para recrearse en una oposición radical.
Sánchez dijo en su investidura que las 3 derechas equivalen a tres formatos del mismo libro: tapa dura (Vox), tapa blanda (PP) y edición de bolsillo (Cs)
Los jueces.- El imperativo obsceno de ‘desjudicializar’ la cuestión catalana ha comprometido la credibilidad del sistema. No ya porque Sánchez ha profanado la separación de poderes, sino porque ha cuestionado los tribunales mismos y ha establecido una línea discriminatoria entre los jueces progresistas y los conservadores. Un buen ejemplo es la división con que el CGPJ se pronunció respecto a la designación de Dolores Delgado. Los ‘progres’ la avalaron con unanimidad. Y se adhirieron al planteamiento ideológico que el presidente del Gobierno ha forzado para neutralizar o coartar a los tribunales, predisponiendo un trato de favor a los artífices del ‘procés’ y a sus imitadores. El eje izquierda-derecha pretende encubrir el desafío territorial. O subordinarlo otra vez a las tensiones ideológicas. Ya decía el neoministro Castells que los jueces ‘españoles’ ejercen su oficio desde el nacionalismo militante. Es evidente que la crisis catalana necesita una salida política, pero es inaceptable que se oponga la política a la Justicia. O que se la convierta en un instrumento de perversión del Estado de derecho.
La prensa.- El eje del bien necesita engrasar los aparatos de propaganda. Proliferan los medios afines —devotos— por razones ideológicas, editoriales, económicas y hasta sentimentales, pero el nuevo Gobierno va a recrudecer el control de los medios públicos —ya ha empezado a repartirse doctrina— tanto como va a enfatizar la categoría abyecta de la ‘prensa de derechas’.
Es la manera de subordinar las críticas a la emergencia ideológica. Y de establecer una barrera entre la prensa progre y la cavernaria, de tal manera que esta última queda excluida de la atención institucional —campañas publicitarias, fuentes informativas— y se traslada al orden mediático la polarización que conmueve el orden político. “A mí dadme los telediarios”, proclamaba Iglesias cuando estaba en su camino de iniciación. Y los telediarios se los han dado a Iván Redondo, nuevo responsable del área de comunicación, pero tanto vale un ejemplo como el otro para exponer la división que va a establecerse, igual que con los jueces, entre periodistas afectos y periodistas desafectos, todo ello en el contexto de una prensa débil y expuesta a una crisis existencial que limita su influencia de contrapoder y que el Gobierno aspira a domeñar en una batalla de desgaste propagandístico.