- Amenazó con ir de membrillo en lo del Polisario y se quedó de princesita muda ante el juez, de cortafuegos de Sánchez que la defenestró sin un adiós
Resulta absurdo pensar que Pedro Sánchez no autorizó la entrada subrepticia en España del líder del Frente Polisario. Tanto como pensar que Felipe González nada sabía de los Gal o que Mariano Rajoy ignoraba las maniobras de su ministro del Interior Jorge Fernández Díaz en la Kitchen. Bueno, esto último es más probable dada la holgazanería que, posiblemente en forma injusta, se le atribuye al anterior presidente del Gobierno.
Más absurdo es pensar que María Aránzazu González Laya (San Sebastián, 1969), una burócrata del ámbito del comercio internacional, sin relieve alguno en el mundo de la diplomacia, adoptó semejante decisión por propia iniciativa, a pelo, sin consulta a La Moncloa. Apenas llevaba unos meses al frente del la cartera de Exteriores, donde aterrizó avalada por la CEOE, ese tinglado siempre tan perspicaz. Apenas había tenido tiempo siquiera para nombrar al embajador en Londres, donde estaba a punto de culminarse esa anécdota llamada Brexit. Apenas había tratado con los altos funcionarios del Palacio de Santa Cruz cuando, inopinadamente, le cayó encima el mayor embolado al que ha tenido que hacer frente un canciller español en los últimos tiempos. Un choque frontal con Marruecos, el incómodo y necesario vecino del Sur. Y, como no podía ser de otra forma, se hizo mal.
Laya, sin apoyos ni padrinos en el Ejecutivo, fue defenestrada en la última escabechina ministerial llevada a cabo por Pedro Sánchez, con lo que perdió su condición de aforada, motivo por el cual está ahora siendo investigada por un modesto juzgado de Zaragoza en lugar de comparecer en las historiadas salas del Supremo. Desde su cese hasta la comparecencia de este lunes ante el juez Lasala, ha guardado un discreto silencio mientras triscaba por todo tipo de cerros y picachos, desde los Pirineos a los Alpes, pasando por excursiones a Burgos o Gerona. Olvidada y abandonada por su presidente, rumiaba su venganza y hasta pensó en «tirar de la manta», tal y como relataba ABC. Una reacción habitual en esa gente meliflua que se siente despechada y que muy raramente se concreta. Con gloriosas excepciones como Van Schowen, el cantarín de Filesa. Laya apuntó entonces, según esta versión, que desvelaría cómo se decidió la acogida de Ghali, en una reunión a cuatro, con Margarita Robles, Fernando Grande-Marlaska y el propio Sánchez. La titular de Defensa, al parecer, se opuso a semejante temeridad.
Los servicios de inteligencia de Mohamed VI, tienen desplegada una inmensa red de tentáculos en nuestro país. La respuesta vino rauda, en forma de invasión de Ceuta por un ejército de menas
Presionado quizás por nuestra dependencia energética del gas argelino (una realidad acuciante en estos días y en los que vienen) y en aras de mantener una relación de amistad tanto con el Gobierno de Argel, como con el Polisario (ese vínculo tradicional y entrañable de la izquierda española) se decidió recibir a hurtadillas al líder polisario doliente por pandemia, en la confianza de que Marruecos no se enterara de la movida hasta una vez subsanado el problema. Rabat se enteró. Y bien pronto. Los servicios de inteligencia de Mohamed VI tienen desplegada una densa red tentacular en nuestro país. La respuesta vino rauda, en forma de invasión de Ceuta por un ejército de menas, episodio que aún colea.
El instructor preguntó casi de soslayo, suavemente, si la decisión se había adoptado estrictamente en el ámbito del Ministerio o si fue el presidente del Gobierno el que le indicó que sí, que aceptara
El enojo estival y furibundo de Laya llegó a oídos de La Moncloa que reaccionó con presteza y puso a su servicio a la abogacía del Estado como auxilio en su comparecencia ante el Tribunal. Así ha sido. La exministra, que iba para incontenible membrillo cantarín, ha cerrado la boca, no ha ido más allá de los estrictamente necesario y se ha refugiado en la fórmula del ‘se’ impersonal y colectivo (se decidió, se optó, se produjo…) para evitar inconveniencias. Asimismo y en aras de la ‘transparencia’, refugiose en la ley de secretos oficiales de 2010, herencia no escrita de una norma franquista, para eludir las preguntas del magistrado, que ha resultado ser un habilidoso instructor y un paciente jurista. Aún hay jueces en Aragón. En el interrogatorio a Camilo Villarino, número dos de la exministra, el instructor dejó caer casi de soslayo, suavemente, si la sublime decisión de invitar a Ghali se había adoptado en el ámbito estricto del Ministerio o si fue el presidente del Gobierno el que le indicó que sí, que aceptara. Lasala había colocado subrepticiamente el nombre de Sánchez en el centro de la investigación, de la sospecha y de la trama. El diplomático, ahora castigado e investigado, respondió que «no creo que fuera ella sola por sí y ante sí. El Gobierno no es un reino de Taifas». Pues ya está.
Falsedades y contradicciones
Laya, ahora escasamente partidaria de colaborar con la Justicia, incurrió en su declaración, obstruccionista y confusa, en una serie de contradicciones que entran, sin necesidad de forzar la figura, en el territorio de la falsedade. A saber:
-Nada sabía la ministra de Exteriores de los dos procedimientos abiertos en la Audiencia Nacional contra su huésped (genocidio, torturas, terrorismo) en el momento de abrirle nuestras fronteras.
-Nada sabía del nombre supuesto que figuraba en su documentación cuando ingresó en el hospital de Logroño.
-Nada sabía de la documentación del hijo de Ghali, que viajaba en la comitiva polisaria y permaneció junto a su padre el mes y medio que permaneció en el centro sanitario. Otro secreto más del tenebroso incidente.
La princesita Laya (como le llamaban algunos en su antiguo Departamento) se va a comer el marrón, presumiblemente sin consecuencias penales pero con destrozo en lo profesional y lo personal
Mentir es propio de siervos. Para redondear el carrusel de las trolas, quizás falta de coordinación, relató la exministra que la petición de Argel para el viaje del siniestro Ghali se produjo el 14 de abril (vaya día), se autorizó el 16 y se posó en España el 18 de ese mes. Lo cual entra en contradicción flagrante con lo expuesto por Villarino, también defenestrado e imputado, en su larga declaración en el juzgado en la que afirmó que la decisión se aprobó el propio 18 ya que el 16 tan sólo supo que ‘un tercer país’ había sondeado la posibilidad del desplazamiento. Curiosamente, ese día 16 le telefoneó la jefa de Gabinete de Carmen Calvo para interesarse por un ´run run’ que circulaba sobre la llegada a España del terrorista.
Sánchez saldrá incólume de este trapisonda diplomática, a todas luces pestífera y malsana. El indomable juez Lasala, con todo, sigue adelante en sus pesquisas y ha llamado a declarar a las jefes de Gabinete de Marlaska y Calvo, Susana Crisóstomo y María Isabel Valldecabres, esta última bien colocada ahora al frente de la Fábrica Nacional de la Moneda. La princesita Laya (como le llamaban algunos en su antiguo Departamento) se va a comer el marrón polisario, presumiblemente sin consecuencias penales pero con destrozo en lo profesional y lo personal. Igual que Villarino, a quien Albares, actual titular de Exteriores, le descabalgó como embajador en Moscú cuando ya estaba el proceso en marcha. Dos juguetitos rotos de Sánchez. Como el ingenuo y petulante Huerta, el bobales Duque o el prepotente Iván Redondo, todos ellos descuajeringados y amortizados sin recibir siquiera unas palabritas de adiós de quien los nombró. Cuidado, Bolaños, que el próximo puedes ser tú.