Nacho Cardero-El Confidencial
- Del relativismo al realismo esperpéntico que sacude al país hay un millón de votos, que es el millón que el PSOE se ha dejado en el alero desde las pasadas elecciones generales, según las encuestas que se manejan actualmente
Concluye el filósofo Javier Gomá en uno de sus microensayos que el relativismo es bello, que frente a las verdades últimas y necesarias propias de los regímenes autoritarios se encuentran otras mucho más ricas, verdades penúltimas y contingentes, sobre las que se levantan las democracias modernas, verdades que son subjetivas, dependen del contexto y te permiten discutir libremente sobre dichas ideas, juzgarlas, revisarlas e incluso rechazarlas.
Atendiendo a esta reflexión, en España contamos con el más relativista de los relativistas, con el más bello de los bellos: el presidente del Gobierno. Lo digo no por su apariencia física, sobre la que muchos estarían de acuerdo tras visionar el tráiler apologético de la docuserie realizada ‘ad maiorem gloriam’, sino por esa capacidad que tiene para cambiar de idea en 24 horas sin que le tiemblen las canillas.
Una cualidad permitida, cuando no espoleada, por una opinión pública deseosa de cambios y hoy censurada por los mismos que entonces aplaudían. Del relativismo al realismo esperpéntico que sacude al país hay un millón de votos, que es el millón que el PSOE se ha dejado en el alero desde las pasadas elecciones generales, según las encuestas que se manejan actualmente.
Sirva este preámbulo para explicar mi incredulidad por lo ufano que se mostraba Pedro Sánchez tras anunciar el lanzamiento del Barmar en sustitución del Midcat, que no son términos hebreos sacados de una película de Woody Allen, sino las armas energéticas planteadas por Europa para independizarse definitivamente de Rusia.
El Midcat era el gasoducto que debía cruzar los Pirineos y que ha sido finalmente descartado por la oposición de Francia. El Barmar, acrónimo de Barcelona y Marsella (las dos ciudades que unirá), será un tubo de entre 350 y 400 kilómetros de longitud, que costará la friolera de 2.000 millones y no estará listo al menos hasta 2026.
Que Sánchez apueste por el gas después de tanto demonizarlo, con una inversión tan elevada y a tan largo plazo, no deja de tener su aquel. El hecho de que estemos ante una situación excepcional por la guerra de Ucrania y que el Barmar tenga todo el sentido, como lo tenía el Midcat, en aras de una auténtica transición ecológica, no deja de ser una enmienda al discurso energético de Teresa Ribera, que ha asumido estos proyectos gasistas como propios a pesar de no profesar fe alguna. Lo de ser el Gobierno más verde de la historia debía ser por los contenedores de vidrio de la Moncloa.
Al decantarnos por el Barmar en lugar del Midcat, España renuncia a una infraestructura que tenía mucha más lógica, más consenso y que, para más inri, estaba medio construida por otra más cara y compleja técnicamente, en tanto en cuanto transcurre por debajo del mar.
Además, por mucho que el Gobierno de España niegue la mayor, asegurando por tierra, mar y aire que está ideado para mover hidrógeno, lo cierto es que se trata de un gasoducto puro y duro. Lo del corredor verde no es sino puro ‘rebranding’. La prueba del nueve es que va a conectar Barcelona con Marsella, dos ‘hubs’ de LNG (gas natural licuado) y cero producción de hidrógeno.
Moncloa ha ganado la batalla del relato con dos cuestiones energéticas de máxima actualidad
Moncloa podrá venderlo como quiera —ya ha puesto a los satélites mediáticos a difundir las bondades del acuerdo—, pero la realidad es que vamos a construir un tubo por el Mediterráneo para transportar gas que traemos de los Estados Unidos y de Australia, lo cual puede resultar óptimo para Estados Unidos y Australia, pero no tanto para la Agenda 2030 y los objetivos de desarrollo sostenible defendidos por el Ejecutivo español. Dentro de 10 años, veremos si también sirve para transportar hidrógeno, como dicen en Bruselas, pero, a día de hoy, desconocemos si es viable técnicamente o rentable en lo económico.
Con todo y con eso, la jugada diplomática le ha salido a pedir de boca al presidente de Gobierno. Primero, por ofrecer una alternativa que Francia no podía rechazar, camuflada con hidrógeno verde y transición ecológica, y segundo, por convertirse en el líder de referencia en Europa para todo lo relacionado con la política energética, acaso el sueño húmedo de Sánchez para encarar la presidencia de España de la Unión Europea y la recta final para las generales.
Moncloa ha ganado la batalla del relato con dos cuestiones energéticas de máxima actualidad. A saber: el Barmar y el tope al gas arrancado a Bruselas, otro tocomocho que el PP llama ‘timo ibérico’, y con razón, sin saber explicar muy bien dónde está el engaño.
Las eléctricas están aumentando el uso de sus centrales de gas aprovechándose de la llamada ‘excepción ibérica’
Para entender lo del ‘timo ibérico’, hay que acudir a los números. En septiembre, el consumo total de gas en España registró un descenso del 6,8% en relación con el mismo mes del año pasado, con una demanda de 28.144 gigavatios hora (GWh). A palo seco, este dato podría interpretarse como una buena noticia en un contexto de contención energética como el actual. El problema surge cuando, al desglosarlo, nos percatamos de que lo que ha caído es la demanda convencional, un 38%, mientras que el consumo de gas por parte del sector eléctrico se ha disparado hasta un 54% en septiembre.
A pesar de la llamada a recortar el consumo, las eléctricas están aumentando el uso de sus centrales de gas aprovechándose de la llamada ‘excepción ibérica’, prebenda aprobada por Bruselas para España y Portugal que consiste en limitar el precio del gas natural (40 euros por MWh) empleado en la producción de electricidad para paliar las consecuencias de la inflación.
El Gobierno sigue hablando de la excepción ibérica como si fuese la piedra de Rosetta cuando hemos hecho un pan con unas tortas
Hemos diseñado un mecanismo que provoca que las eléctricas consuman más gas, justo cuando Europa pide lo contrario. De hecho, somos el país donde más ha crecido demanda de esta fuente de energía a pesar de la caída del consumo industrial. Este, y no otro, es el motivo de que Alemania no quiera extender el mecanismo español al resto de la UE. Quemar gas para producir electricidad en las circunstancias actuales no es solo contraproducente sino también incoherente, en tanto en cuanto existen otras alternativas.
El Ejecutivo español sigue hablando de la excepción ibérica como si fuese la piedra de Rosetta, cuando, en realidad, hemos hecho un pan con unas tortas. ¿El motivo? Marcarse un tanto en política doméstica, por eso de que las elecciones están a la vuelta de la esquina.