Iñaki Ezkerra-El Correo

  • Nunca lo ha tenido mejor el PP para ofrecer pura estabilidad institucional

Hasta hace unas pocas semanas, el dilema, ante los pactos que podrían salir de las elecciones vascas, se reducía a con quién se liaría el PSE: si con un PNV en horas bajas o con un Bildu en previsible auge. Pero en un breve espacio de tiempo ha cambiado de forma considerable el mapa de los pronósticos electorales. El ascenso socialista que se vaticinaba, gracias a la inercia de ascenso que las siglas que gobiernan en Madrid a menudo imponen sobre el electorado vasco, por muy inmune y ajeno que este se considere a las influencias capitalinas, puede quedarse en agua de borrajas precisamente a causa de esas mismas influencias y al cerco de escándalos y de desprestigio que hoy rodea al Gobierno central.

De este modo, se baraja la posibilidad de que los votos socialistas y peneuvistas del 21-A no den siquiera para formar Gobierno en Lakua y se abran otras dos opciones a cual más inquietante: un Ejecutivo vasco formado por socialistas y bilduarras, que, dada la fiabilidad nula de Pedro Sánchez, siempre ha estado sobre la mesa como una amenaza de inestabilidad, o un pacto bilduarra-peneuvista de coalición gubernamental, que garantizaría más inestabilidad aún pues abocaría, indefectiblemente, al País Vasco a una deriva seguidista de la que hoy vive Cataluña y paralela a las demandas independentistas que comparte ERC con Junts.

Y es que sería impensable un Ejecutivo formado por Bildu y el PNV en el que este último impusiera moderación al primero y a toda la izquierda abertzale. Tal papel resultaría inaceptable hasta para sus propias bases, aleccionadas durante años en la fantasía sabiniana. Dicho de otro modo, en tal contexto el PNV se vería obligado a ser consecuente en la práctica con ese discurso que, desde Lizarra hasta ahora, se había quedado en la teoría y en la retórica.

Así las cosas, nunca como antes el PP vasco ha podido representar la alternativa no ya del constitucionalismo sino de la simple moderación. Nunca lo ha tenido mejor para ofrecer pura estabilidad institucional, social y económica, o sea, para atraer no diré que el voto antinacionalista sino el del miedo a los órdagos de un nacionalismo embarcado en el desafío de la secesión con todos los quebrantos que ello traería consigo. Digo esto a sabiendas de que, si les dieran las cuentas, el PSE y el PNV echarían antes mano de los escaños que les podrían dar las sucursales de Sumar y Podemos en el País Vasco que los que podría darles el PP. Pero por esa razón es más necesario que nunca este último. Un PP que no solo creciera en escaños, sino que se los restara al PSE y al PNV, podría cumplir un papel esencial de bisagra en la política vasca. Tanto o más decisivo que el que el PNV, con sus exiguos cinco escaños, juega en Madrid.