Marta, Carlos y Sara Buesa Rodríguez, EL CORREO, 23/9/12
Mantenemos el respeto hacia el ordenamiento jurídico, con independencia de que algunas decisiones nos gustan y otras no
Escribimos estas líneas impulsados por el deseo de compartir nuestras reflexiones personales respecto al momento crucial que estamos viviendo. Ahora que se está gestionando el final del terrorismo y que existe un notable bullicio social en torno a las víctimas, sentimos que no podemos permanecer en la pasividad. Lejos de alimentar polémicas, queremos simplemente hacer una aportación serena y constructiva a cuanto está sucediendo.
Las víctimas del terrorismo tenemos muchas cosas en común: todas hemos sufrido una vivencia muy dura de sufrimiento, dolor y pérdida irreparable, que nos ha marcado para toda la vida. No hemos elegido ser víctimas. Todo lo contrario, esta condición nos ha sido impuesta de forma brutal, injusta, gratuita y arbitraria.
Desde nuestra experiencia, ser víctimas no ha supuesto ningún beneficio. En muchos casos supone un estigma y un obstáculo añadido a la pérdida sufrida.
Tampoco hemos pedido tener una relevancia pública. Hubiéramos preferido mil veces vivir en el anonimato y en el disfrute tranquilo de una vida en paz y libertad con nuestros seres queridos. Sin embargo, no ha podido ser así. Hemos tenido que hacernos fuertes y rehacer nuestras vidas. Nuestra mayor aspiración es conseguir que nuestras heridas puedan cicatrizar y volver a vivir felices y en paz, en la normalidad de una vida cotidiana. Para ello, todas necesitamos justicia, memoria y reparación.
Por otro lado, detrás de la etiqueta de ‘víctimas’ existe un colectivo muy plural. Cada una de nosotras somos personas diferentes, con ideología, vivencias, sueños y aspiraciones particulares y diversas. Incluso la forma de entender nuestra experiencia traumática y de afrontar nuestros procesos de duelo es algo muy íntimo y personal, que cada uno vivimos a nuestra manera.
En la situación actual, en la que se está gestionando el final de ETA, todos los sentimientos que nos inundan a las víctimas pueden ser comprensibles, desde la rabia, el miedo, la desconfianza o la indignación, hasta el alivio o la esperanza. Son tiempos de incertidumbre en los que todas estamos preocupadas porque se produzca un cierre adecuado: sin impunidad, desde una profunda deslegitimación social y política de la violencia, y con memoria y reparación para las víctimas. No obstante, nuestra visión de todo cuanto está aconteciendo y nuestra postura frente a aspectos tan delicados como el perdón, la reconciliación o la reinserción, puede ser muy diversa.
Consideramos que los distintos sentimientos y las diversas posturas son respetables, y a su vez han de ser respetuosas con las demás y entenderse desde la conciencia de la diversidad que nos caracteriza. No hay una única voz de las víctimas ni un discurso que nos represente a todas. Esto es importante que se tenga en cuenta; tanto por parte de la clase política, para no utilizarnos, como de los medios de comunicación, para no caer en el morbo y el titular grueso.
A nuestro parecer, también nosotras mismas hemos de ser cuidadosas a la hora de expresar nuestras opiniones. Últimamente estamos asistiendo con una enorme tristeza al enfrentamiento entre unas víctimas y otras. La solidaridad y el apoyo mutuo es un gran valor que no debemos perder. Las fuertes vivencias que nos unen son mucho más importantes que nuestra disparidad de opiniones. Además, las víctimas hemos sido durante muchos años ejemplos de dignidad. Hemos luchado mucho hasta conseguir que se nos visibilice y nos hemos constituido en un referente moral. Ahora, corremos el riesgo de perder el patrimonio conseguido a lo largo de muchos años.
Observamos con preocupación cómo se está deteriorando la confianza en el Estado de derecho, que ha sido nuestra mejor y única arma, gracias a la cual se ha derrotado a ETA. Por nuestra parte, mantenemos el respeto hacia las instituciones democráticas y hacia el ordenamiento jurídico vigente, independientemente de que algunas decisiones nos gustan y otras no. Pensamos que debemos confiar en las instituciones y en las actuaciones que se pongan en marcha al objeto de afianzar la convivencia. Al mismo tiempo, debemos hacer una labor de vigilancia y exigencia de que siempre se ajusten a la legalidad y no supongan apear en el camino ninguno de los principios éticos y políticos en los que se basa la convivencia democrática en libertad.
Marta, Carlos y Sara Buesa Rodríguez, EL CORREO, 23/9/12