Javier Caraballo-El Confidencial
En el embrollo mentiroso de lo ocurrido con la llegada de la vicepresidenta de Venezuela al aeropuerto de Madrid, tenemos que resolver esa incógnita para entender comportamientos
Estamos ante una ecuación y se necesita despejar la ‘X’ porque ese es el secreto inconfesable que se oculta. En el embrollo mentiroso de lo ocurrido con la llegada de la vicepresidenta de Venezuela al aeropuerto de Madrid, tenemos que resolver esa incógnita para entender comportamientos y ocultaciones, para desmadejar el ovillo de pistas falsas que se han ido soltando, tan torpemente.
Dentro del propio Partido Socialista, que es donde mejor se conoce a los protagonistas de este episodio, ya hay quienes sostienen que todo lo ocurrido, las persistentes contradicciones del Gobierno, tiene un causante ajeno a la Moncloa, y que es el intento del presidente, Pedro Sánchez, por abortar la operación lo que explica todo lo sucedido. La tesis es la siguiente: aprovechando que se celebraba en Madrid la Feria Internacional del Turismo (Fitur) y que un Gobierno progresista de coalición había tomado posesión unas semanas antes, alguien pacta una entrevista con la vicepresidenta de Maduro a espaldas de Pedro Sánchez y, cuando trasciende a los servicios secretos, en el Palacio de la Moncloa se encienden todas las alarmas. Ahí es donde entra en acción Ábalos que, torpemente, convierte una misión secreta y discreta en un ridículo monumental.
La primera trola es que la vicepresidenta venezolana llegó a Madrid porque el avión en el que viajaba necesitaba hacer una escala técnica de 14 horas, como dijo el Gobierno español. El avión utilizado por el régimen chavista es un Dassault Falcon 900LX, matrícula TC-AKE, que, según las definiciones que se pueden encontrar en la red, es un lujoso modelo “trimotor con una autonomía que permite realizar vuelos de largo alcance y transatlánticos (…) que cuenta con sofás y asientos grandes, algunos convertibles en camas y una bodega muy espaciosa”. Si el destino final era Turquía, por tanto, no necesitaba hacer ninguna escala, y mucho menos en un territorio prohibido por las sanciones de la Unión Europea. Pero ¿de verdad la vicepresidenta pretendía ir a Estambul? Tampoco cuadra. El Falcon 900 salió el domingo 19 de enero del aeropuerto de Caracas con destino a Estambul y, tras detenerse en Madrid, prosiguió su camino, pero sin la vicepresidenta a bordo, que se marchó a Doha (Qatar) a las 8:20 de la mañana del lunes, en un vuelo comercial.
¿Qué sentido tiene? Ninguno. Sobre todo, porque lo que ya sabemos también es que el ministro de Transportes no se encuentra en el aeropuerto de sopetón con la vicepresidenta Delcy Rodríguez —el encuentro “fortuito y casual”, que dijo Ábalos— sino que se tenía constancia de su presencia, al menos, desde que el avión despegó de Caracas. Lo que sí es muy posible es que Ábalos desconociera por completo que la dirigente venezolana se dirigía hacia Barajas hasta que no fue alertado de ello por el propio presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, que fue quien le encargó que fuese a Barajas a hacerse cargo de la situación.
También este aspecto lo ha reconocido Moncloa, aunque a través de filtraciones sesgadas a algunos periódicos, sin conexión entre ellas. Pero fue Moncloa quien decidió ‘apartar’ del episodio al Ministerio de Asuntos Exteriores para encargarle al ministro Ábalos que se hiciera cargo de la gestión de una forma discreta: por eso viajó en un coche particular, conducido por un amigo.
“Pedro Sánchez, al enterarse de lo que estaba pasando y de las consecuencias que podía acarrear, decidió que tenía que enviar a una persona de su máxima confianza, y esa persona es José Luis Ábalos: el encargado de hacer desistir a la vicepresidenta de continuar su visita a España”, dicen algunos en el PSOE. La cuestión no era menor, porque desde 2018, Delcy Rodríguez, junto a una veintena de altos cargos venezolanos, tiene congelados los bienes que pudiera tener en territorio comunitario, además de tener prohibido viajar o transitar por el territorio europeo, acusada de “violación de derechos humanos y por haber socavado la democracia y el Estado de derecho» en Venezuela.
Entonces, si la vicepresidenta Delcy Rodríguez llegó porque tenía cerrada una agenda de encuentros en Madrid, ¿con quién iba a reunirse? Quien queda descartado es el propio Pedro Sánchez, porque ese día ni siquiera se encontraba en España. Se ha insinuado que fue su vicepresidente, Pablo Iglesias, el que pensaba reunirse con la número dos de Nicolás Maduro, pero no parece probable que el líder de Podemos se atreviese a una operación de esa naturaleza, a espaldas de Pedro Sánchez, tan solo unas semanas después de haber tomado posesión el Gobierno de coalición. No, no iba a poner en peligro el Gobierno con una jugada así. Entonces, ¿podría ser el expresidente Rodríguez Zapatero? Es la tesis que más encaja con lo sucedido y la que mejor explicaría que Pedro Sánchez intentase resolver el conflicto con un hombre de confianza, secretario de Organización del PSOE.
Con independencia de que la torpeza de Ábalos haya magnificado el escándalo que se quería evitar, era la persona idónea para resolver un conflicto provocado por un expresidente socialista, el ‘fontanero fiel’. Sucede, además, que dos semanas después de lo ocurrido, Zapatero aterrizó en Caracas para reunirse con Maduro y con la vicepresidenta Delcy Rodríguez. Las informaciones de prensa de ese día, el pasado viernes 9 de febrero, hablaban de “una visita sorpresa”; no acudía a Venezuela desde marzo de 2019. Cuando le preguntaron a la ministra de Exteriores sobre esta visita de Zapatero, respondió con evidente desapego: “Sobre la visita de ciudadanos españoles a Venezuela, en su calidad de ciudadanos españoles, no tengo nada que comentar”. ¿Es Zapatero la ‘X’ de este embrollo? ¿Por eso habla la ministra del ‘ciudadano Zapatero’? Esa es la incógnita que hay que despejar.
Entre los periodistas, lo sucedido con esta historia de la vicepresidenta de Venezuela todavía no tiene un nombre compartido. Hay quien lo llama el ‘caso Ábalos’ o el ‘caso Delcy’, y otros, con una reminiscencia conocida, que es más bien un ansia o una nostalgia, lo etiquetan como el ‘Delcygate’. En fin, rescatemos solo de aquel escándalo legendario lo que dijo entonces el director de ‘The Washington Post’, Ben Bradlee, que también ahora nos sirve como faro: “Los periódicos se ocupan diariamente de dar bocados a una fruta cuyo tamaño desconocen. Puede llevar decenas de bocados descubrir que se trata de una manzana. Así ocurrió con el Watergate”. Cuando lleguemos a la ‘X’ de este incidente, conoceremos el tamaño real de la burda historia en la que se ha enredado inesperadamente este Gobierno, con los fríos de enero, cuando había comenzado a nacer.