Iñaki Ezkerra-El Correo
Es la escena de ‘Memorias de África’ que se ha recordado estos días como un icono del erotismo de buen gusto: Robert Redford lavándole la cabellera a una Meryl Streep que acaba totalmente entregada a su improvisado peluquero cuando éste vierte un jarro de agua, suponemos que no fría, sobre su cabeza. Hasta ese momento el galán le refrota el pelo enjabonado con una libidinosidad energética y salerosa; con la maña del que sabe lo que se hace. La sensualidad llega a la fase culminante con el chorro de agua. El secreto de la escena reside en cómo ella cierra los ojos; en cómo entreabre un par de veces la boca como un pez; en cómo suspira y termina levantando las persianas de los párpados voluptuosamente para mostrar la luz de sus pupilas y dirigirle a él una mirada de rendida gratitud.
Creo que esa miradita que le lanza Streep a Redford debe de ser el sueño de todos los peluqueros. ¿A qué profesional no le gustaría que, después de un lavado, una señora lo mirara así? No hablo de sexo sino de agradecimiento. Pero, para lograr ese efecto, también ellos tendrían que esforzarse un poco y recitar, mientras hunden los dedos en las crines de sus clientas, unos versos de Coleridge, como lo hace el gran actor que se nos fue la semana pasada.