Arcadi Espada-El Mundo
EL POLICÍA que ha resuelto el caso de Diana Quer criticó el trabajo de algunos periodistas durante estos larguísimos meses de incertidumbre. Tiene razón. He echado un vistazo a algunas informaciones, cortas y largas, sobre el asunto, incluidas algunas de este periódico. El periodismo lleva mal la incertidumbre. Cuando dura tanto y se hace tan agobiante decide pasar a la acción. Casi nunca encuentra al asesino, pero sí un montón de asuntos banales que adquieren una luz dudosa y enigmática cuando los contamina el crimen. Así es como un divorcio mal resuelto o una adolescencia excitada entran a formar parte de la sospecha. No tienen nada de extraño y son igualmente compatibles con la ley como con el crimen. Pero el noticiario encuentra en ellos la posibilidad de seguir manteniendo vivo al muerto. Y así es como los padres de Diana Quer, y tantos otros padres atrapados en circunstancias similares, han sumado a su sufrimiento el de la terrible calumnia más o menos soterrada.
El policía tiene razón. Sin embargo, le faltó incluir a su propio oficio en la crítica. Es habitual que la actividad de los periodistas sea un reflejo de la actividad de las fuentes. Y a veces con las mejores intenciones. Los policías también llevan mal la incertidumbre, el momento en que ningún indicio adquiere consistencia y los caminos adonde llevaban las antiguas pistas se han cegado. Hay policías que en ese momento de aridez mueven datos marginales, convicciones frágiles para ver si alguna carambola les permite volver a la investigación. Es frecuente que para ese tipo de movimientos necesiten a los periodistas y su hambre comprensible de nuevas historias. La mayor parte de veces las carambolas suman dolor y restan verdad. La pérdida de verdad es a veces insólita: si hay gente que hoy niega la responsabilidad en el crimen de ese tipo detenido no es por el respeto indivisible que debe merecer la presunción de inocencia, sino por el caudal de sospecha erróneamente acumulado. Y por el rasgo correlativo de que la probable verdad que hoy se conoce es menos excitante que la sospecha acumulada del ayer.
El policía, por último, opinó que la autorregulación es la mejor manera de combatir la corrupción en el periodismo. Este método siempre me ha parecido sensacional. Los médicos, los arquitectos, los jueces, los policías y todo tipo de personal pagan sus corrupciones e incluso sus errores mediante lo que establecen los párrafos adecuados de la ley. Los periodistas se autorregulan, laxantes. Ya sabemos, además, que el único artículo de su infalible código autorregulatorio es que perro no come perro.