Nacho Cardero-El Confidencial

  • El fin de fiesta será paulatino y empezará a visualizarse más claramente en 2023, con el fin de estímulos del BCE y cierto regreso a la contención y ortodoxia fiscal 
«Le queda poco a la fiesta», me escribe un analista. «Party is over, indeed», confirma otro. La pasada semana, el bono alemán a 10 años entraba en terreno positivo, lo que no ocurría desde 2019, y el español alcanzaba el 0,7%, rentabilidades que, punto básico arriba, punto básico abajo, han mantenido en las jornadas posteriores, lo que muchos interpretan como el principio del fin de la barra libre, del dopaje con clembuterol del BCE. 

El ‘bund’ provocó que las bolsas se instalaran en el rojo, las criptos se hundieran y empezara a extenderse por los despachos la sensación de cambio de ciclo, de que el dinero barato se acaba, de que, ahora sí, viene Paco con las rebajas. «El mercado puede permanecer irracional más tiempo del que usted puede permanecer solvente», decía Keynes. 

Estados Unidos ha marcado la tendencia. Le sigue el bono alemán. Ahora, todos a correr 

Los CEO se tientan la ropa por lo que pueda pasar y el Gobierno de España, con un cuadro macro hecho un cisco y una deuda pública desbocada y que hay que financiar, hace lo propio. Los últimos datos del Banco de España sitúan la deuda en los 1,426 billones de euros, más de un 120% del PIB. Y lo de las comunidades autónomas, casi mejor ni mencionarlo. 

Los americanos, que tiran siempre por la calle de en medio sin encomendarse a dios ni al diablo, ni pensar en Europa ni mucho menos en España, han dado un volantazo a su política monetaria y han puesto al resto de economías en fila india. Lo han hecho acelerando la reducción de estímulos y anunciando la primera subida de tipos de interés desde 2018 para combatir la inflación (esa que decían que iba a ser coyuntural) y aquí paz y después gloria. Estados Unidos ha marcado la tendencia. Le sigue el bono alemán. Ahora, todos a correr.

Nos lo advirtió Olaf Scholz en la reciente visita a la Moncloa: hay que recuperar la disciplina fiscal en la UE y contener la deuda y déficits públicos

A España, como es habitual, le ha vuelto a pillar la coyuntura con el pie cambiado. Es cierto que este 2022 aguantaremos más mal que bien gracias a un Banco Central Europeo que se resiste a subir tipos y que, probablemente, no lo hará hasta 2023, debido a la tibia recuperación de la UE, más lenta que el resto, y al alto nivel de endeudamiento de algunos de los Estados miembros, caso de España, pero la ruta ya está trazada. 

Nos lo advirtió Olaf Scholz, que luce la misma pátina socialdemócrata que Sánchez, en la reciente visita a la Moncloa: hay que recuperar la disciplina fiscal en la Unión Europea y contener la deuda y déficits públicos. El Ejecutivo español se las creía muy felices con un canciller del mismo color ideológico, pero les ha salido rana.

Los nubarrones económicos asoman en el horizonte y en el país germano han cogido el paraguas, especialmente Scholz, que se tiene que mostrar más severo de lo que realmente es con los países del sur para contrarrestar su perfil ‘blandiblu’, máxime con los liberales dentro de su Gobierno, que están exigiendo un endurecimiento de las sanciones para los países que no cumplen. El que se quiera dar por enterado… 

Algunos analistas hacen un llamamiento a la calma. Esgrimen varias razones: primera, por mucho que suba el ‘bund’, hasta que los tipos reales no entren en positivo, todos tranquilos; segunda, el problema de la deuda no lo es tanto debido a que el PIB nominal crece fuerte gracias a la inflación, lo que hace que la deuda sobre el PIB se frene e incluso baje en los próximos meses; y tercera, no hay que desdeñar la creación de empleo, en torno a los 120.000 al mes, un guarismo que indica la buena salud de nuestro mercado laboral. 

De todo ello podemos deducir que los problemas no serán tanto para este Ejecutivo como para el próximo que salga de las urnas 

Este análisis, tan certero como otros, obvia que lo que aquí se debate no es tanto una cuestión económica como política, esto es, que los gobiernos de medio mundo están percibiendo un cambio de ciclo y empiezan a extender la especie de que hay que ir despejando las botellas de champán porque la fiesta se ha acabado. 

Si a este encarecimiento de la financiación le sumamos la lentitud de España para alcanzar niveles de PIB precovid, la crisis energética, la inflación y una pérdida de poder adquisitivo generalizada, nos encontramos con una coyuntura ciertamente complicada para el Gobierno de coalición en este fin de legislatura, con o sin fondos europeos.

Una difícil papeleta para cualquier Ejecutivo, pero más para uno de izquierdas con los socios mal avenidos, cuyas reuniones de los martes se parecen más al camarote de los hermanos Marx que a un ortodoxo Consejo de Ministros, tal y como ha puesto negro sobre blanco el conflicto ucraniano.

 El fin de fiesta será paulatino y empezará a visualizarse más claramente en 2023, con el fin de estímulos del BCE y cierto regreso a la contención y ortodoxia fiscal. De todo ello podemos deducir que los problemas no serán tanto para este Ejecutivo como para el próximo que salga de las urnas. Alguno estará pensando que, con estos mimbres, casi mejor no presentarse como candidato. O como en el chiste: pasa tu primero que a mí me da la risa.