Ignacio Camacho, ABC, 17/4/12
La Corona no es un verso suelto del Estado. Su desgaste requiere un liderazgo político que rescate su prestigio
ASFIXIADO por la angustiosa situación socioeconómica y sin poder apartar su atención de una prima de riesgo recalentada, Mariano Rajoy ha aparcado dos peligrosos problemas de fondo que pueden acabar estallándole en las manos. Uno es la crecida del soberanismo, susceptible de plantear a medio plazo —uno o dos años— un conflicto serio en Cataluña y el País Vasco. El otro es el desgaste de imagen de la Corona, sometida a una intensa erosión de opinión pública a raíz del caso Urdangarín y necesitada de una operación política decidida que rescate su prestigio y vuelva a anclarla con firmeza en el eje de la arquitectura institucional del Estado. Sólo el Gobierno puede llevar a cabo esa tarea como agente constitucional que es del refrendo de los actos de una monarquía limitada a un rol simbólico cuyo pulso depende del flujo que le proporcionen sus vasos comunicantes con el poder ejecutivo.
Las relaciones entre la Zarzuela y la Moncloa no siempre han sido fluidas, y ha habido incluso etapas de manifiesta tirantez y de desencuentros perceptibles. Pero el Gobierno tiene la obligación no sólo de apoyar a la Corona y preservarla de la batalla política, asunto que el Monarca sabe manejar solo con intuición contrastada, sino de ayudarle a implicarse en el engranaje institucional y de darle cauce adecuado a su actividad pública. La obvia independencia de la Casa del Rey no puede servir de coartada para un desentendimiento que deje a la Jefatura del Estado flotando al albur de cualquier situación crítica. Y aunque ningún gobernante puede intervenir en la agenda privada de Su Majestad tal vez se esté echando de menos mayor fluidez comunicativa entre los dos polos que sujetan la cúpula del sistema.
La Monarquía española no tiene otro patrimonio político que el intangible del prestigio, el ascendiente de reputación que le proporciona autoridad moral para el arbitraje. En un momento en que ese prestigio sufre problemas de evidente delicadeza es menester que los agentes públicos con mayor responsabilidad –y esto incluye a la oposición mayoritaria—se involucren con lealtad en la defensa de la principal referencia de estabilidad nacional. La lealtad no siempre incluye asentimiento o condescendencia; a veces es precisa una cierta dosis de sinceridad honesta que contribuya a evitar circunstancias ingratas. Lo que sí requiere una actitud leal es liderazgo suficiente para embridar disonancias oportunistas como las que han surgido estos días en los dos grandes partidos a propósitos del desafortunado incidente de Botswana.
La Corona no es un verso suelto; es la última ratio del sistema y lo último que conviene ahora es abandonarla al pairo ante la tormentosa situación del país. No estamos hablando de chistes populares sino de una cuestión muy seria; muchas catástrofes han empezado en España por dejar alegremente abierto el grifo de las responsabilidades.
Ignacio Camacho, ABC, 17/4/12