José Alejandro Vara-Vozpópuli
El Congreso se debate entre el culo (de Sánchez) y las témporas (de la corrupción de la trama). La desolación se apodera de la bancada socialista
La lección de anatomía es una disciplina parlamentaria de reciente inauguración en nuestro Congreso. “Mueva el culo”, gritaba la una. “Tiene las manos quemadas”, añadía el otro. No hubo referencia al sexo, faltaría más, pero sí al género. Cuando Pedro Sánchez se dejó llevar por la rutina y agradeció a ‘la señora presidenta’ la concesión del uso de la palabra, el aludido, que no era Francina Armengol sino un señor con barba y con esa cara de comisario político a punto de enviar a las mazmorras a algún disidente, respondió con una arriesgada cabriola: “Nosotros aceptamos cualquier género, no pasa nada, no como otros”. Rodríguez Gómez de Celis, que así apellida, asumió su posibilidad trans en un requiebro que animó a la carcajada.
También Núñez Feijóo estuvo ‘algo flojo’, según la calificación de Sánchez, quien, en vez de responder preguntas prefiere ejercer como jurado de un particular Got Talent. Quizás escocido porque el líder gallego le recordó que esta Navidad tendrá sentados a su mesa a ‘dos imputados’. Sin precisar. Jaime de los Santos, gran actor y diputado del PP, calificó a la doña de ‘pentaimputada’.
Y ahí es cuando apareció lo del parrús, cuando Miriam Nogueras, con verbo astillado, le exigió al presidente que “mueva el culo, saben que no vamos de farol, hagan el trabajo que tienen que hacer”. Un truco facilón para lograr titulares sin esfuerzo
El culo de Nogueras (no el suyo sino el de su diatriba) y las manos abrasadas de María Jesús Montero hilvanaron los discursillos de la sesión, más deslavazada de lo habitual y tan eficaz como un martillo de plastilina. La embajadora de Puigdemont en Madrid fue la estrella de la mañana. Junts acaba de tumbar el impuesto eléctrico que el Gobierno pretende endilgar a treinta millones de españoles para proseguir con su saqueo insaciable y esto ha provocado intensos tembleques en Moncloa. ¿Una mayoría alternativa? ¿Junts votando con Vox y con PP? ¿Una moción de confianza? ¿Qué narices está pasando? Y ahí es cuando apareció lo del parrús, cuando Miriam Nogueras, con verbo astillado, le exigió al presidente que “mueva el culo, saben que no vamos de farol, hagan el trabajo que tienen que hacer”. Un truco facilón para lograr titulares sin esfuerzo. El interpelado se deshizo en compromisos vanos, en promesas vaporosas y ahí quedó el choque. Feijóo se sumó a la fiesta y le recordó a la portavoz postconvergente que “ya les dije hace tiempo que Sánchez no es de fiar y les seguirá engañando”.
Lejos de moverlo, el jefe del Gobierno optó por mantener al objeto de manoseo de la jornada pegadito al escaño. Hasta 45 minutos aguantó en la sala, en contra de la tradición de escaparse tras la tercera pregunta, entre los minutos 25 y 30 habitualmente. Quizás quiso escuchar a Cuca Gamarra que cambió el tercio y se centró ya en la otra parte del cuerpo humano. Las manos quemadas de la vicepresidenta primera. El debate pasó de Nogueras a un tal Moreno, jefe de la Gabinete de la vice Montero, quien aparecía en la declaración del comisionista Aldama como uno de los supuestos sobrecogedores de la pasta de la trama, 25.000 euros, al parecer.
El titular de Justicia, sin duda en uno de sus peores momentos desde que asumió la cartera, incluso se remontó a Aznar y Rajoy para referirse a ministros condenados. No llegó a González, ni tampoco habló de Franco, el argumento con el que ahora pretende Sánchez tapar los problemas judiciales de su mujer
El Hemiciclo fue, desde ese momento, un desfile de poner manos en el fuego desde la bancada azul, algo descoordinada, falta de argumentario, torpona y balbuceante. La ministra de Hacienda, todavía con ‘el número uno’ pegadito a su vera, volvió a jugarse las manitas por su hombre de confianza, y, ya sin argumento alguno de defensa, optó por sumarse a la vía Bolaños, consistente en sacar de paseo al novio de Ayuso, a la sede ‘negra’ de Génova y hasta a Mazón. El titular de Justicia, sin duda en uno de sus peores momentos desde que asumió la cartera, incluso se remontó a Aznar y Rajoy para referirse a ministros condenados. No llegó a González, ni tampoco habló de Franco, el argumento con el que ahora pretende Sánchez tapar los problemas judiciales de su mujer.
Tan incómodo se desarrollaba el debate que el ministro para todo, Ángel Víctor Torres, el del piso sospechoso de la calle de Atocha, se quejó desesperado de que ‘aquí solo se habla de corrupción y no de gestión’, y se largó luego una filípica sobre lo avieso de las intenciones del PP con la que espantó la modorra de sus cofrades y hasta los puso en pie y animó a la ovación. Fue el momento desahogo de la troupe del progreso, mohína y triste, como la charla de aquel barman con George Clooney en El buen alemán. «Cuando piense que esto es lo peor que le ha pasado en su vida, dele tiempo siempre hay algo peor».
Fue el día de las canteranas del PP, parlamentarias jóvenes, de breve trayectoria, guerreras e incisivas, como Arda en sus tardes felices. Míriam Guardiola y Sofía Acedo, a Marlaska, “se vende por cualquier cargo”, “el círculo se le cierra más y más, Aldama, Barajas, Dominicana, Delcy”. Patricia Rodríguez, la más estilosa y resuelta, a MJ Montero: “¿De quién recibe órdenes su jefe de Gabinete? ¿Recibió en su despacho a Aldama? ¿También pone la mano en el fuego por Torres, por Begoña, por el número uno?” Y Pilar Alía a la debutante vice Sara Aagesen, absolutamente marciana y desubicada: “¿Qué pintaba Begoña Gómez en las reuniones con Teresa Ribera (sobre la España vaciada)?” Sánchez, en ese instante, jugaba ostensiblemente con su móvil, ajeno a cuanto allí ocurría. Nada le interesa a este hombre, salvo su persona.
A la que se esfumó su líder, el banco ministerial se fue vaciando. Margarita Robles, por ejemplo, respondió a una certera insidia de Bendodo sobre la puñalada que en su día le infligió al desdichado Ábalos cuando el desterrado aspiraba a su sillón en Defensa, casi con el bolso en la mano para enfilar la puerta. Un diputado periférico se apiadó del malvado Bustinduy y le remitió una cuestión estéril.
Y al fin, madame Armengol hizo su aparición en la sala, cuando el debate sin control expiraba y apenas quedaban manos por abrasar y un montón de culos por mover: los de los diputados socialistas asfixiados por el ultimátum de Puigdemont, que ejerce ahora de rinoceronte antes de que lo engulla el olvido.