Manjón y quienes con ella prepararon su intervención se liberaron ayer de la losa del odio que tantos españoles llevan encima y se elevaron por encima de sus prejuicios y sus muy probables rencores. Serán quizás pocos los que atiendan a esta memorable y dolorosa lección. Quienes lo hagan podrán estar siempre agradecidos.
Probablemente sea la música clásica el arte en el que mejor se puedan aislar los momentos de esa pureza sublime del sentir humano que nos libera del entorno, la voluntad y el recuerdo y nos eleva brevemente a una comunión con lo que intuimos es lo mejor de nosotros mismos. Ayer hubo ciertos instantes en que, escuchando a Pilar Manjón, la portavoz de la Asociación 11-M Afectados por el Terrorismo, se podía sentir esa misma emoción del tacto con la esencia del ser humano. Momentos en los que humildad, dolor, vulnerabilidad y convicción adquirieron tal fuerza y equilibrio entre sí que las frases de aquella «madre coraje» de luto fluían con desgarradora belleza, con cruel veracidad, exigiendo a todos la activación de esa verdad tan primigenia y tan aturdida en todos nosotros que es la tan desacreditada bondad.
Me atrevo a pensar que nunca han sonado en nuestro Parlamento palabras de calidad tan absoluta. Como creo que la máxima brillantez oratoria combinada con la más excelsa articulación de las ideas más profundas difícilmente podrá tocarnos con esa armonía tantas teclas del alma. No es esto un panegírico de la señora Manjón. Fue probablemente una casualidad -una gloriosa casualidad- que fuera ella la destinada a convertirse en el «medium» que, quizás no del todo consciente, habría de transmitir de forma tan terriblemente bella a la sociedad española una suerte de hechos y sentimientos que forjan una verdad que, en nuestra sociedad voraz, vanidosa y mezquina, sólo el abismo del luto desvela.
Todos sin exclusión tuvimos ayer la suerte de poder sentir vergüenza ante la disección de nuestras miserias y la exposición de muecas y palabras de las que muchos nos arrepentimos. Toda la sociedad española. También la señora Manjón que en el pasado no fue ajena al aquelarre nacional que tacha de asesinos a quienes no lo son y niega al adversario toda buena fe y las virtudes que admira en «los suyos». La danza sectaria continua. Mientras unos españoles podían emocionarse con palabras pronunciadas en nombre de los muertos, otros deglutían en prensa y radio opiniones rezumantes de odio y desprecio al adversario político, mal absoluto que no merece oído ni cuartel.
Manjón y quienes con ella prepararon su inolvidable intervención se liberaron ayer de la losa del odio que tantos españoles llevan encima y se elevaron por encima de su dolorosa cotidianidad, sus prejuicios y sus muy probables rencores. Serán quizás pocos los que atiendan a esta memorable y dolorosa lección de intentar ser mejor sin negarle al prójimo la misma voluntad de serlo. Quienes lo hagan podrán estar siempre agradecidos a las palabras que sonaron ayer en el corazón de España.
Hermann Tertsch, EL PAÍS, 16/12/2004