ABC 01/09/14
ISABEL SAN SEBASTIÁN
· La inanidad de Occidente ante el avance de la barbarie islámica clama al cielo, especialmente en España
VENGO de Asturias, cuyos huertos y aldeas acometieron en su día los guerreros de la media luna con idéntica ferocidad a la que muestran ahora degollando cristianos o enterrando vivos a miles de yasidíes en Siria e Irak. De la Asturias que supo resistir la embestida y contraatacar, pese a tener todos los elementos en su contra, apelando a la defensa de la fe, la tierra y el honor, que en términos contemporáneos equivaldrían a los principios, la nación y la dignidad. De esa Asturias, cuna de España, protagonista de una gesta que debería servirnos de lección, aunque, como es costumbre arraigada, tampoco en esta ocasión hayamos aprendido nada de la Historia.
La inanidad de Occidente ante el avance constante de la barbarie islámica clama al cielo, especialmente en el caso de un país como el nuestro, situado en el centro mismo de la diana hacia la que apuntan sus cuchillos esas hordas de salvajes empeñados en aterrorizarnos con proclamas tan ofensivas para la razón y el corazón, que han de ultrajar a ese Dios al que invocan. Si parece pacata y tibia la reacción de un Obama que ha confirmado los peores augurios referidos a su mandato, el clamoroso silencio de la clase política española, encabezada por el Gobierno, da fe de una irresponsabilidad cobarde, o cobardía irresponsable, cuyas consecuencias pagaremos muy caras. Porque de nada nos servirá mirar hacia otro lado cuando empiece la degollina aquí. Y empezará, eso es seguro, o más bien se reanudará, asemejando el formato al de ese terrible 11 de marzo de 2004 que nada tuvo que ver con Aznar ni con la foto de las Azores, por más que algunos se empeñaran en afirmar lo contrario a fin de sacar tajada de la masacre. Están entre nosotros, han aprovechado nuestro desarme moral para colarse hasta la cocina y antes que después desencadenarán la ofensiva, porque nos saben débiles, blandos, pusilánimes.
Vengo de la Asturias de Pelayo y Alfonso el Casto, que derrocó a una dinastía de traidores, apodados «reyes holgazanes» por pagar tributo a los invasores en lugar de enfrentarse a ellos, para elevar al poder a príncipes dispuestos a combatir por aquello en lo que creían. ¿Queda algún hombre o mujer con esa determinación en esta España, o nos hemos convertido en una nación de miedosos, tan perezosos como hedonistas? Eso parece…
Acaso esté próximo el momento de sucumbir por segunda vez a la feroz acometida de los ejércitos de Alá, en esta España de clanes codiciosos, enfrentados entre sí, tan parecida en ese aspecto a la Hispania de principios del siglo VIII que ocuparon en apenas dos años los islamistas de entonces. Acaso hayamos sucumbido ya, de alguna manera, al cerrar los ojos ante lo que está pasando a dos pasos de aquí y callar, ya sea por temor o por falta de firmeza en las convicciones. Hasta la «gran esperanza blanca» de nuestra política, Pablo Iglesias, ese líder que arrasa en encuestas y tertulias, empezó su andadura, sin complejo alguno, en una televisión financiada por un estado islámico que obliga a las mujeres a cubrirse la cabeza y cuelga a los homosexuales de grúas en las plazas públicas. Claro que esa clase de «casta» no parece escandalizarle, toda vez que de sus labios no ha salido una denuncia.
Pues bien, si algo nos enseña Asturias es que para proteger con éxito la vida y la tierra es indispensable creer en la superioridad de nuestros valores, hoy democráticos, así como de esta sociedad libre donde lo de Dios es de Dios (un Dios que predica el amor y abomina de la «guerra santa») y lo de César, del César. Creer y, por supuesto, tener la valentía de actuar en consecuencia.