Subyace el temor a que las prisas políticas de unos coincidan con las necesidades electorales de otros y, al final, se cierre la herida en falso. Mientras la izquierda abertzale no reniegue de la trayectoria de ETA, quedarán rescoldos que podrían ser activados por quienes buscan excusas para mantener el conflicto.
La libertad bajo fianza que la Audiencia Nacional decretó para los abogados acusados de ser enlaces de ETA ha vuelto a disparar la alarma entre los amplios sectores de la opinión pública que están observando con estupor los movimientos penitenciarios que parecen orientados a ayudar al entorno de la izquierda abertzale. Tanto es así que la presidenta del Parlamento vasco, Arantza Quiroga, que llevaba mucho tiempo evitando los pronunciamientos políticos que no se ciñeran a los homenajes a las víctimas del terrorismo, ha manifestado su extrañeza ante la justificación del tribunal, que expuso, para argumentar la excarcelación de uno de los implicados, una razón «de peso»: que su padre es un pescadero muy popular en San Sebastián.
Suele ocurrir a veces que los razonamientos de nuestra justicia garantista no se entienden. Quizás ser hijo de familia conocida pueda servir de ‘salvoconducto’ para disfrutar de la libertad vigilada. Pero, en tiempos de movimientos en el entorno de ETA que, de momento, no pasan de algunas declaraciones de intenciones sobre su voluntad de hacer política alejados de la violencia, infunde dudas. No es casual que las asociaciones y fundaciones de víctimas suscribieran hace dos semanas un documento de imprescindible referencia por su claridad en la exigencia democrática. Porque los firmantes del texto piden un final del terrorismo «sin impunidad» y que ETA y su entorno condenen toda la historia del terrorismo que han protagonizado o justificado para poder participar en el juego democrático. Entienden que, sin condenar su trayectoria, no será posible reinserción particular alguna.
Subyace el temor a que las prisas políticas de unos coincidan con las necesidades electorales de otros y, al final, se cierre la herida en falso. Baste recordar los comunicados de la banda en anteriores treguas cuando dejaban una puerta abierta a sucesivas generaciones para que tomasen el testigo si el panorama no era de su gusto. Y eso es lo que las víctimas en particular y los demócratas en general quieren evitar en este delicado momento.
Fue el propio lehendakari quien recogió el guante de las inquietudes de estos colectivos al responder a la izquierda abertzale que para volver a beneficiarse de las normas de la democracia no basta con presentar unos estatutos en el registro. La izquierda abertzale tiene que demostrar que quiere romper con todo lo que significa ETA y debe asumir los principios y valores democráticos. Han empezado el camino, cierto. Pero todavía les queda camino por recorrer.
Transcurridos dos años desde que los tribunales sentaron en el banquillo de los acusados a Patxi López y al lehendakari anterior por haberse reunido con representantes de la izquierda ilegalizada, habrá que reconocer que el escenario ha vuelto a cambiar. La policía y la justicia siguen persiguiendo el delito, desde luego, pero los vientos políticos se han tornado favorables al entorno de la extinta Batasuna que, bajo el manto confuso de la izquierda abertzale, repiten que están haciendo méritos para poder presentarse en las próximas elecciones municipales y forales.
Los portavoces de los gobiernos central y vasco se esfuerzan en enviar mensajes de firmeza y de incredulidad a la hora de aceptar los gestos de los portavoces eternos de Batasuna. Pero hemos podido ver (y oír) a Rufi Etxeberria (al que muchos daban por silente) proclamando su voluntad de acogerse a las normas que detesta por estar condicionadas por la Ley de Partidos, como si él y los suyos vinieran de la nada, como si fueran seres sin historia, sin pasado, sin nada que decir a quienes han causado tanto dolor, sin pedir perdón y sin renegar de la trayectoria de ETA. De ahí que el lehendakari se haya avenido a dar algunas nociones de democracia a quienes quieren apuntarse al juego de la política sin terminar de limpiar los rescoldos de terrorismo que quedarán mientras no haya una renuncia de su abominable historia.
Es la única forma de garantizar un futuro limpio y democrático. La única vía para que se haga justicia. La familia Uria que estos días está volviendo a respirar por la herida que les provocó ETA hace dos años al asesinar a Inaxio, no acepta componendas; ni razones en los dos bandos que nunca existieron. No quieren perdón para los asesinos, sólo quieren que estén en la cárcel, y «para siempre». Ahora que el Parlamento vasco acaba de reconocer que el Estado vulneró, en ocasiones, los derechos humanos resulta pedagógico establecer las diferencias.
El hermano del inspector Puelles asesinado por ETA a los pocos días de que López hubiese sido designado lehendakari no alberga dudas. Josu no puede asistir a los actos de homenaje de representantes de Batasuna asesinados como Santi Brouard por la sencilla razón de que, en ellos, no se rechaza el terrorismo. Ser iguales, ante el dolo, no es sinónimo de «ser lo mismo» sostiene este ertzaina con una clarividencia encomiable. Porque las «otras víctimas», las que resultaron atacadas por la violencia, han sufrido lo suyo. Nadie lo debería poner en duda. Pero su dolor, como ha recordado la consejera Isabel Celaá estos días y seguramente tendrá que repetirlo hasta enronquecer, no es equiparable.
Tonia Etxarri, EL CORREO, 6/12/2010