MÁRIAM MARTÍNEZ-BASCUÑÁN-El País
En política, la virtud se construye, y la fortuna solo favorece si se ha cultivado esa virtud
La política es un juego de intereses cruzados y el arte de construir alianzas y coaliciones, y esa rebelión de los pequeños que ha torpedeado la candidatura de Nadia Calviño a presidir el Eurogrupo, lejos de construir en positivo es, en realidad, una coalición negativa. La cosa es como sigue: tras el Brexit los pequeños temen que los grandes marquen las directrices, los populares no quieren a una socialdemócrata al frente del club, los países del norte desconfían de los del sur y los paraísos fiscales de facto recelan frente a los que legítimamente quieren regulación fiscal europea. Si le sumamos nuestra habitual falta de reflejos diplomática (pues la virtud en política consiste siempre en tener un plan B), el resultado es el vuelco en las relaciones de poder de Bruselas, hasta ahora marcadas por su locomotora histórica, el eje franco-alemán, y en cuya sala de mandos empezábamos a encontrar un espacio después del Brexit. Lástima de timing el nuestro.
Una de las cosas más llamativas es comprobar que la historia sigue repitiéndose. El boicot de los populares contra Calviño recuerda inevitablemente al desplante que sufrió Merkel, líder natural de los conservadores europeos, cuando apoyaba a Timmermans para presidir la Comisión. Una vez más, la familia popular europea se sitúa a su derecha, encontrando poco aliento en los valores europeístas que Merkel defiende ahora con ahínco. Cierto que cada vez es más difícil adscribir a la canciller a una familia ideológica, pues se ha ganado a pulso el título de constructora de consensos, de representante del interés general en Europa. La pregunta sería: ¿podrá salvarla?
Se la hacía Wolfgang Münchau en el Financial Times, señalando que “es necesario un plan estratégico de reforma de la gobernanza en la eurozona”. Porque tan complaciente sería atribuir todo el mérito del plan de recuperación a la canciller como reducir su legado a eso. Alemania debe apoyarse en los países grandes, especialmente en Francia: aunque hoy resulte más popular ensalzar a Merkel, las piezas que favorecieron su giro europeísta las colocó Macron, cuya actitud nunca fue el enfrentamiento sino la persuasión. Mientras procuraba reactivar el eje París-Berlín, construía una coalición a favor de las reformas en Europa junto a Italia y España, y fue suspicaz para tener un plan B tras el boicot a Timmermans. Lagarde era la candidata continuista con las líneas de Draghi, y sugirió a la alemana Von der Leyen para presidir la Comisión. Las dos piezas, junto a la presión del sur, favorecieron que Alemania apoyase el plan de recuperación como un proyecto federalizante. En política, la virtud se construye, y la fortuna solo favorece si se ha cultivado esa virtud. Se necesita tiempo para ver cómo las piezas encajan, pero solo los buenos jugadores de ajedrez saben anticiparse a los grandes movimientos. Esa sí es una buena lección para España.