A cambio de los escándalos por meterse con los maketos, Arana consiguió un partido que hoy es clave para la gobernanza de España con su lema ‘Jaungoikua eta Lagizarra’; o que todos se creyeran que los fueros habían sido auténticas actas de soberanía; o dividir a los vascos en dos categorías insalvables en función de sus apellidos.
En EL CORREO del 19 de octubre, María Maizkurrena, comentando el diáfano artículo, como todos los suyos, de Ruiz Soroa del día anterior (‘La identidad maketa’), decía que vamos con retraso a la hora de hablar de los maketos. Y tiene razón: hace un siglo largo que Sabino Arana Goiri (Abando, 1865-Sukarrieta, 1903) construyó genialmente, sin pretenderlo, la identidad maketa en el País Vasco y nadie ha querido darse por enterado todavía.
La identidad y la memoria aplicadas a la historia nos dicen que todo lo que necesita un grupo humano para existir es un nombre, una denominación: a partir de ahí ya se podrá hablar de él, aunque sea bien, y ya estará reconocido. Lo peculiar de la identidad maketa es que su primer relato de origen lo escribe alguien que se considera damnificado por ella: el prócer de Abando. Pero nadie dijo nunca que todos los comienzos tuvieran que ser buenos. Lo cierto es que los maketos siempre se han mantenido en un segundo plano forzoso, sin hablar por sí mismos, camuflándose de otras cosas, y hora es ya de que nos ofrezcan su lado épico y de que algún bardo cante sus actos de heroísmo. Toca turno para que los maketos salgan del armario tétrico de nuestra historia.
No obstante, y a día de hoy, el término maketo se sigue considerando un insulto, señal de que Sabino Arana Goiri lo hizo extremadamente bien. Tanto los no nacionalistas (por razones obvias) como también los nacionalistas (quizás los que más, por ser los herederos del ideario antimaketo) se sienten incómodos, azorados, avergonzados quizás, ante la sola mención del término. Y a mí es lo que más me maravilla: el consenso que coincide en él para rechazarlo y el halo de tabú que exhala. Es como un agujero negro capaz de tragarse todas nuestras miserias, todos nuestros fantasmas de convivencia. Utilizarlo ahora no pretende, en ningún caso, provocar a nadie. Lo que ocurre es que a mí, que me dedico a estudiar los conceptos políticos, el de ‘maketo’ me resulta enormemente sugerente, apasionante, y no por el nerviosismo (¿tendría que decir morbo?) que genera, sino porque creo que estamos ante una especie de ‘concepto-fósil’ que encierra la clave para entender nada menos que toda la historia contemporánea vasca. Ya sé que puede resultar excesiva esta afirmación, pero el caso es que tengo mis argumentos y costará mucho convencerme de lo contrario.
Fue entre los años 1893 y 1898, cuando el fundador del nacionalismo vasco escribió compulsivamente en sus periódicos ‘Bizkaitarra’ y ‘Baserritarra’, en su folleto polémico ‘El Partido Carlista y los Fueros Vasko-Nabarros’ y en su obra de teatro ‘De fuera vendrá…’, todos de ese periodo, el término maketo y derivados: tengo registradas no menos de seiscientas apariciones en todas sus variantes, que incluyen maketófilo, maketizar y hasta maketillo y maketazo. Sabino Arana Goiri no inventó el término, como de todos es sabido, y por supuesto que mucha gente lo utilizaba entonces, pero nadie, hasta él, le confirió esa intencionalidad abiertamente rupturista y excluyente para denominar, independientemente de su ideología, religiosidad, clase social o profesión, a todos los inmigrantes que venían por miles del resto de España. ‘El Maestro’, como le llamaron sus seguidores, fue, efectivamente, el primero en calificar y querer aislar, en todos los sentidos, a los maketos que vinieron a convertir la villa de Bilbao, «la maketizada Bilbao», y con ella Vizcaya y luego el País Vasco entero, en algo sustancialmente distinto a lo que era antes. Y así surgió para siempre la identidad maketa con un primer relato, eso sí, ya es mala suerte, de alguien que no era capaz de soportarla: «En el tipo repugnante se le distingue al primer golpe de vista al individuo de raza maketa».
Con los maketos el País Vasco cambió su fisonomía, pero no de una manera anecdótica o coyuntural, sino de modo estructural y permanente, y el antimaketismo quedó, a partir de entonces, como el alma del nacionalismo vasco, su verdadera razón de ser (Unamuno dixit). Es frecuente, no obstante, entre los especialistas, confundir español y maketo y hablar indistintamente de antiespañolismo y antimaketismo: craso error. En su momento el propio Sabino Arana supo apreciar la diferencia: «Si el español se estuviese quedo en su tierra, no tendríamos por qué quererle mal». La razón es simple: todos los maketos del País Vasco procedemos del resto de España y todos podemos, y muchos queremos, decir que también somos españoles, pero en cambio los españoles «de allende el Ebro», mientras no vengan para acá o fastidien a los vascos, no son maketos.
En 1898 a Sabino Arana le callaron la boca para que no hablara más de los maketos, ya era suficiente. Quien lo consiguió fue Sota y los de la Euskalerria, a cambio de convertirle en diputado foral. No gustaba tampoco el empleo de maketo entonces, como ahora, pero aquellos cinco años de matraca no fueron en vano. Por meterse con los maketos se le enjuició varias veces, se le encarceló, se le cerró el periódico y el primer batzoki. Pero, a cambio de semejante escándalo, consiguió «opimos frutos»: un partido político que hoy es clave para la gobernanza de España con su lema Jaungoikua eta Lagizarra, ahí es nada, aparte de minucias como que todos se creyeran que los fueros habían sido auténticas actas de soberanía, o aquella proeza de dividir a los vascos de por vida en dos categorías insalvables en función de sus apellidos. Y todo eso, efectivamente, quién lo diría, sólo por repetir hasta el delirio que los maketos «nos aborrecen a muerte y no han de parar hasta extinguir nuestra raza».
(Pedro José Chacón Delgado es profesor de Historia del Pensamiento Político en la Universidad del País Vasco)
Pedro José Chacón, EL CORREO, 3/11/2010