Editorial-El Correo

  • La ruptura de Puigdemont con Sánchez y el adelanto de las elecciones en Extemadura aceleran la sensación de final de ciclo

La determinación de Pedro Sánchez de proseguir con la legislatura incluso en el supuesto, cada vez más notorio, de que no logre sacar adelante tampoco el proyecto de Presupuestos para 2026 se viene topando con un contexto político en el que el presidente, aunque tiene la llave de la convocatoria de las generales, no es el único actor que puede condicionar el turbulento devenir de su mandato. Carles Puigdemont no contribuirá a una moción de censura con el PP y Vox que pueda desalojarlo del poder, pero colocó ayer el cuatrienio español en una tesitura que solo deja a Sánchez dos alternativas. Una primera, seguir arrostrando la erosión de tener que negociar de manera extenuante con Junts y el resto de los socios para intentar desarrollar su agenda política y legislativa, sin poder contar ya con interlocutores suficientes al otro lado mientras el propio Gobierno de coalición intensifica sus diferencias. La segunda, poner fin a la agonía que marca la legislatura desde su inicio, hace dos años, mediante la disolución de las Cortes y la llamada de los ciudadanos a las urnas.

El otro acontecimiento político de la jornada, el anuncio de la jefa del Ejecutivo de Extremadura, la popular María Guardiola, de que precipita los comicios autonómicos al 21 de diciembre ante el bloqueo de sus Presupuestos contrasta de manera tan visible con la voluntad de Sánchez de resistir sin los suyos que el presidente no puede pasarlo por alto como si no tuviera que sentirse interpelado.

Puigdemont rompió con Sánchez desgranando en Perpiñán una lista de agravios que, en realidad, resume la sucesión de anomalías que viene rigiendo esta legislatura. Porque lo anómalo no es llegar a pactos puntuales con fuerzas soberanistas con representación en el Congreso, sino dejar nada menos que la gobernabilidad del conjunto del país en manos de aquellos que no lo perciben como propio y que, además, pretenden soltar amarras con él. Lo anómalo es forjar la ley seguramente más delicada de la democracia española desde la Transición -la que amnistía el ‘procés’- para satisfacer las exigencias de los exonerados a cambio de una investidura.

Y anómalo resulta, además de reprobable en términos democráticos, presumir de una mayoría que no existe porque no ha habido Presupuestos actualizados en lo que va de cuatrienio, mientras se evita llamar a las urnas por el miedo confesado a que sean otros los que sí puedan obtenerla para gobernar.