ARCADI ESPADA-El Mundo
LA MELOPEA es el estado natural en el que vive y piensa la izquierda española. Luis García Montero, por ejemplo. En reciente entrevista triunfal al cuidado de la prensa socialdemócrata, el flamante director del Instituto Cervantes declaraba: «La defensa del español tiene que ver con las situaciones reales del mundo (…) Cuando veo determinadas ofensas a México o Centroamérica las siento como propias». Ahí queda poéticamente simplificado, como por oficio, el programa del nuevo director. Hasta ahora la defensa del español se asociaba con la expansión de la Raza. O con la expansión de la Pasta. Pero ahora se trata de defender el español porque es la lengua de los humillados de América. Puramente cómico. Por supuesto, los humillados tienen una opinión distinta del asunto: solo hay que ver con qué rapidez adoptan, entre las primeras medidas para sobrevivir en el mundo real, la de aprender inglés.
Aparte de los humillados, el nuevo director va a tratar de contentar a los ofendidos. Una de sus prioridades será la defensa y promoción de las otras lenguas que se hablan en España. Es verdad que los estatutos del centro amparan su voluntad. Tanta verdad como que lo real ha hecho retórico ese mandato: el interés por el asturleonés, el aragonés, el aranés, el catalán, el gallego y el vasco es incomprensiblemente limitado fuera de España. El tratamiento de estas lenguas como lenguas españolas, que es el que prefiere el nuevo director, es además profundamente inadecuado. España no es la suma, sino la unión, de todas sus regiones. O sea, a lo que debería aspirar Europa. Esto tiene una correspondencia perfecta en el ámbito lingüístico. La lengua de España es solo una, porque solo en una se entienden todos los españoles. Una koiné no es solo una característica técnica, sino también moral. De nuevo esto se percibe correctamente echando un vistazo a Europa, donde es imposible, por desgracia, hablar de la lengua de Europa y obligatorio hacerlo de sus lenguas.
Las lenguas no son patrimonio de humanidad ninguna, sino un molesto objeto de resignación. La consideración genérica sirve para entender perfectamente por qué el conjunto de los españoles no debe contribuir a fortalecer sus resignaciones. Allá cada catalán, gallego o vasco haga lo que le parezca en sus babeles y se lo pague. La intención nacionalista de hacer del castellano en España una especie de inglés en Europa –una lengua a la que no pueden discutir su poder, pero sí su representatividad– es obvia. Lo extraordinario es que altos funcionarios del Estado español se muestren plenamente dispuestos a la colaboración.