Pedro García Cuartango-ABC

  • Aunque la historia nunca se repite y el mundo ha cambiado, hay pautas en el comportamiento de Sánchez que reproducen los métodos leninistas

Una de las lecturas recurrentes cuando yo residía en los años 70 en el extinto San Juan Evangelista, más conocido como el ‘Johnny’, era un opúsculo escrito por Lenin en 1902, cuando el zarismo reprimía de forma implacable a la izquierda revolucionaria rusa. Me refiero a ‘¿Qué hacer?’, obra publicada un año antes de que el Partido Obrero Socialdemócrata, entonces en la clandestinidad, se dividiera en dos facciones: los bolcheviques, liderados por Lenin, y los mencheviques, encabezados por Martov.

Lenin escribió ‘¿Qué hacer?’ como una defensa de sus tesis contra las ideas de Martov, que basaba la estrategia de la formación en las movilizaciones populares y las mejoras en las condiciones de trabajo. Distanciándose de su antiguo amigo, sostuvo que era imposible que el proletariado alcanzara el poder con los procedimientos que proponía Martov, que de hecho suponían aplazar ‘sine die’ la Revolución.

El líder bolchevique, que había sido confinado en Siberia en su juventud y luego se había exiliado a Inglaterra y Suiza, elaboró en este libro una teoría para tomar el poder. El derrocamiento de los zares, según su opinión, no podía ser la consecuencia de esas protestas ni de las huelgas contra la explotación. Había que crear una élite revolucionaria, una vanguardia en el partido que actuara de forma decidida cuando se dieran las circunstancias.

Esa vanguardia no sólo debía liderar el movimiento obrero y concienciar a las masas, sino que además tenía que actuar con una rígida disciplina que exigía un ciego acatamiento de las ordenes de arriba. Dicho con otras palabras, el partido tenía que estar sometido a los dictados del líder, aunque Lenin aceptaba el debate democrático en los órganos de dirección.

Ya se sabe las consecuencias de esta concepción jerarquizada y centralizada cuando Lenin llegó al poder tras la Revolución Bolchevique en 1917. Cualquier tipo de disidencia fue aplastada y la lógica del terror acabó por imponerse. Aunque la historia nunca se repite y el mundo ha cambiado, hay pautas en el comportamiento de Pedro Sánchez que reproducen los métodos leninistas. En concreto, su marcado presidencialismo, su afán de rodearse de una guardia pretoriana y su incapacidad para aceptar las críticas internas. Es cierto que el PSOE se parece mucho hoy a una organización leninista.

Lo primero que hizo el líder bolchevique fue acabar con la división de poderes, la prensa libre, los sindicatos y los intelectuales que pensaban por su cuenta. A Sánchez le molestan los contrapesos que merman su decisionismo, siente aversión por el debate y la crítica y considera que los jueces independientes son una amenaza. Lenin comprendió que los soviets y la Duma eran un obstáculo a sus ambiciones y destruyó cualquier atisbo de democracia. ¿Está tentado Sánchez a seguir ese camino?