Primero apareció él. Con su suave balanceo y su alegre colegueo hacia los periodistas: «¿Cómo va eso, chicos?». Tenía el presidente del Gobierno en funciones ganas de desahogarse contra el PP, en revancha por los silbidos y chapotes que tuvo que escuchar en el desfile. «Es lo de siempre, no han asumido que las urnas no eligieron un Gobierno de PP y Vox; se quieren apropiar de todo, de la Fiesta Nacional, de la bandera, de los himnos, de la Constitución.. España es mucho más que la derecha y no se quieren enterar». Este compadreo es bidireccional porque algunos reporteros tutean al jefe del Ejecutivo, como hacen con los entrenadores de fútbol y con los verduleros. Tan panchos.
-¿Piensas ver a Puidemont? ¿Tienes previsto hablar con Otegi como has hecho con Junqueras? ¿Tendrás un encuentro con él? ¿Lo recibirás en la Moncloa?
-Voy a reunirme y a conversar con los representantes de los grupos parlamentario. Ya lo he dicho. Estamos en plena negociación, respondía.
A lo que la grey de la pluma apostillaba:
-¿Eso es un sí?, ¿eso es un no?. ¿Dejas la puerta abierta a una charla con Puigdemont?
El postulante a mantenerse otros cuatro años en la Moncloa sonreía displicente, se encogía de hombros, cruzaba su quijada con esa mueca de desprecio que dedica a quienes piensa inferiores (el resto de la humanidad) y emulaba a Patxi López, el máximo intelectual de las zahúrdas de Ferraz, con una amigable respuesta:
-¿Qué más da lo que os diga?. Vais a escribir lo que queráis, da lo mismo, siempre es igual, vais a hacer lo que os venga bien.
-«Eso no es cierto», respondía airado uno de los aludidos. Hay periodistas que no sólo tutean al responsable del Gobierno en funciones sino que hasta se toman en serio sus palabras, cual si no hubiera mentido nunca.
Las negociaciones para su investidura avanzan, que de la amnistía todo se sabrá, que cuando haya acuerdos se describirán con escrupulosa transparencia y que el Partido Popular es es el culpable de alentar los pitidos y los insultos
El tradicional corrillo se disolvió raudamente, luego de que su protagonista, siempre con burletas y carcajadas con los reporteros, asegurara, con esa firmeza engolada de cuando pretende hacerse pasar por premier británico, que las negociaciones para su investidura avanzan, que de la amnistía todo se sabrá, que cuando haya acuerdos se describirán con escrupulosa transparencia y que el Partido Popular es es el culpable de alentar los pitidos y los insultos, de agitar las calles y animar a la crispación..
En conclusión, que Sánchez «no cierra la puerta», «no descarta», «no rechaza» y demás variantes plenas de oquedad, en torno a esa posible mano a mano con Puigdemont. Tan aburrido resultaba el palabreo presidencial, desbordado de su tradicional oquedad, que el foco informativo se trasladó hacia el salón por el que deambulaba la Familia Real, luego de haber despachado el saludo de más de mil invitados empeñados en detenerse eternos minutos ante la mirada de la Princesa.
En efecto, el estreno de Leonor en tan destacada ceremonia fue el protagonista tanto de la gran parada militar como del posterior ágape en Palacio. Atrajo toda la atención, los comentarios, los elogios y parabienes, naturalmente. Borró de un plumazo la verborrea laberíntica de Sánchez y sus devaneos con esa pandilla basura a la que agasaja sin vergüenza para lograr sus votos y, al menos por un día, erigió a la Corona como el gran eje en torno al que giran los intereses nacionales, tanto de la política, la milicia, la judicatura, los medios, la empresa y hasta el clero porque por allí se pudo ver a obispos y monjes de diversas religiones. El llamado sector del cultura apenas se dejó ver en esta ocasión. Estaría trabajando. También se echó de menos a la esposa del presidente en funciones, una fija en estas lides. Borróse también del copetín la titular de Igualdad, Irene Montero, que delegó en su mano derecha Ángela Rodriguez Pam
Este viernes, Sánchez volverá a sus encuentros fangosos, ahora con la tropilla corsaria de Puigdemont y la maldita banda de Bildu
La Princesa, con el uniforme de gala de dama cadete del Ejército de Tierra, exhibió temple y firmeza durante el desfile, siempre aleccionada discretamente por su padre, escueto en el consejo y generoso en las sonrisas, y deambuló luego por los corrillos de Palacio junto a la Reina, accesible a la conversación y muy amable en las repuestas. La Princesa callaba, salvo en algún encuentro muy amigable, como con los hermanos Gabilondo, cuando al fin pudo mostrarse relajada de palabra y hasta de movimientos, con alguna broma sobre su estatura en comparación con la de su padre. También se la vio en su salsa al saludar a sus compañeros de la Academia, un grupo de lo más divertido. Algún comentario circuló con relación a uno de los muchachos que desfilaron en el besamanos.
Fue la esperada revelación de la imagen más fresca, venturosa y estimulante del 12 de Octubre, la dinastía ejemplificada en una joven de ojos inabarcables y sonrisa limpia, que barrió el brumoso presente de estas semanas fatigosas dedicadas a pactos y cambalaches. Este viernes, Sánchez volverá a sus encuentros fangosos, ahora con la tropilla corsaria de Puigdemont y la maldita banda de Bildu.
-¿Habrá charla con Puigdemont y Otegi?
-Total, ¿a tí qué más te da?