José Antonio Zarzalejos, EL CONFIDENCIAL, 20/8/11
El debate de fondo en Estados Unidos sobre el techo de gasto ha sido trascendental porque lo que se ventilaba era la dimensión del Estado en términos cuantitativos -ingresos públicos y prestaciones sociales y servicios- y, por consiguiente, el tamaño del aparato administrativo que condiciona la vida de los ciudadanos. Los llamados ultra republicanos son la expresión más radical de los que piensan que el Estado debe ser reducido drásticamente, subviniendo a las necesidades más elementales y básicas, dejando espacio tan amplio cuanto se pueda a la sociedad y a la libre iniciativa de los ciudadanos. Creen que el Estado ha de costar poco a los contribuyentes. Por eso, para ellos, Obama es un “socialista” y un “despilfarrador” y los demócratas unos peligrosos “liberales” que, con los republicanos centristas, constituyen una deleznable casta de maleantes y aprovechados en Washington.
Leviatán-Estado, se muere. En esa situación agónica hay que contemplar, despavoridamente, cómo el Estado reclama más y más recursos y ofrece menos, de tal forma que con el Estado que conocemos fenecen también las ideologías socialistas y socialdemócratas
La derecha más dura en Estados Unidos, en consecuencia, guste o no, entiende que el Estado es un auténtico Leviatán, el monstruo bíblico con que Thomas Hobbes (“Leviatán o la materia, forma y poder de una república eclesiástica y civil” 1651) denominó al Estado, repleto de poderes, para evitar que la naturaleza competitiva e insolidaria del hombre terminará por acabar con la humanidad. Para Hobbes la tendencia de los hombres es la de la “guerra de todos contra todos”, siendo “el hombre un lobo para el hombre”, de tal suerte que sólo una estructura fuerte de poder -el Estado- (en forma de monarquía, aristocracia o democracia) puede y debe imponer un orden implacable como si de un Leviatán se tratara. De ahí que el Estado haya sido metafóricamente entendido como esa criatura horrible del Antiguo Testamento y que de la obra de Hobbes arranquen ideologías extremadamente intervencionistas inspiradas en un pesimismo histórico sobre las capacidades de la convivencia del hombre.
Pues bien: Leviatán-Estado, se muere. Los estadounidenses han adelantado el debate en todo Occidente. Y en esa situación agónica hay que contemplar, despavoridamente, cómo el Estado reclama más y más recursos y ofrece menos, de tal forma que con el Estado que conocemos fenecen también las ideologías socialistas y socialdemócratas que han basado el gobierno contemporáneo de las sociedades más desarrolladas en un altísimo nivel de gasto público, un grado considerable de intrusión ordenancista en la vida de los ciudadanos y en el sostenimiento de una casta gobernante que se ha ido reproduciendo con los mismos vicios durante décadas y décadas. Todo eso ya no funciona.
El Gobierno vende las joyas de la abuela
En ese contexto no extraña que la política contra la crisis del Gobierno socialista en España consista en el transformismo liberal (a la fuerza ahorcan) que se basa en recabar más ingresos de los ciudadanos y recortar las prestaciones con las que les retribuye. Se nos viene encima una cascada impositiva y recaudatoria -a los bancos con la tasa por transacciones financieras; otra vez el impuesto extraordinario sobre el patrimonio; el adelanto a cuenta de las remesas de las empresas por el impuesto de sociedades; el nuevo modelo de prescripción de fármacos- y, al mismo tiempo, una disminución radical de la estructura pública. La privatización de los aeropuertos de Barajas y El Prat, por un lado, y la salida a Bolsa de un 30% de Apuestas y Loterías del Estado, por otro, vienen a representar al Estado lo que a una familia en quiebra: tiene que vender las joyas de la abuela.
España está en la ruina, y el Gobierno de Zapatero quema sus últimos cartuchos tras la pifia de anunciar con tres meses y medio las elecciones generales
El Gobierno necesita 20.000 millones adicionales para lograr la previsión del déficit -¿cuándo este Ejecutivo hará los cálculos sin el torticero propósito de engañar a la sociedad y a los mercados?- y ha de echar mano de todos los recurso a su alcance. No sería extraño que, pese al agosto negro que padece el mercado bursátil, se plantee de inmediato la venta de participaciones estatales ahora en la SEPI como el 8,65% de Ebro Foods, el 2,71% de IAG (sociedad resultante de la fusión de Iberia y British Airways) o el 20% de Red Eléctrica Española.
España está en la ruina -desde luego moral, pero también económica- e intervenida por el BCE (que está comprando deuda soberana española e italiana, habiéndolo hecho, que sepamos, hasta los 22.000 millones de euros), y el Gobierno de Zapatero -tan agónico como el propio Estado que ha dilapidado-quema sus últimos cartuchos tras la pifia de anunciar con tres meses y medio las elecciones generales. El PP y Rajoy no encontrarán en los cajones oficiales cosa distinta a facturas por pagar, reformas por hacer y cajas vacías. No dispondrán, siquiera, del recurso de privatizar empresas y participaciones públicas.
Todo esto, naturalmente enfatizado por su nunca bien ponderado “optimismo antropológico”, lo explicará Zapatero el martes en un pleno extraordinario del Congreso que servirá para convalidar las decisiones del pasado viernes y bosquejar las que adoptará el Consejo de Ministros el día 26. Pero ya no hablamos sólo de economía. Ni él ni nadie debería engañarse: esta crisis -estamos ya en la segunda recesión- es primero política y, consecuentemente, económica. El orden de los factores sí altera el producto porque no es cuestión, sólo, de hacer ajustes y consolidaciones fiscales. Previamente, hay que cambiar el sistema político de manera profunda e incisiva. Merkel y Sarkozy han tanteado ya la necesidad de una nueva gobernanza, el castigo a los inútiles -les retirarán las ayudas comunitarias- y al final de proceso, la articulación de los eurobonos.
El paradigma de la política democrática establecido después de la II Guerra Mundial, ha caducado, se ha quedado viejo y constituye una losa sobre ciudadanos y sociedad civil prácticamente insoportable. Este Leviatán está moribundo, terminal, agónico. Y por muchos que los Zapateros de Europa se empeñen en reanimarlo con un ensañamiento financiero brutal, no lo van a conseguir. Hay que cambiar, renovar, reinventar el paradigma del ejercicio de la política y reencontrar una nueva dimensión y una nueva función para el Estado (sanidad, educación, seguridad) que garantice la ciudadanía igual para todos y abandone sus tentaculares poderes y facultades que ahogan la libertad entendida en su más amplia acepción.
José Antonio Zarzalejos, EL CONFIDENCIAL, 20/8/11