ARCADI ESPADA – EL MUNDO – 19/02/17
· Mi liberada: Te confieso mi vergüenza al comprobar que el cuñado del Rey no pagaba sus impuestos y que una Infanta de España se despreocupaba de estar al corriente de las trampas económicas de su marido. Es una mala noticia para la monarquía y para la moral colectiva. Inoperante su cíclico refrendo democrático, la monarquía debe acudir a la ejemplaridad para justificar su lugar civil. De ahí que si el Tribunal Supremo confirmara la culpabilidad del duque de Palma y el perfil subidamente delincuencial de su socio en el Instituto Nóos, la Infanta Cristina habría de renunciar a sus derechos dinásticos. Su conducta merece un castigo desde la jurisdicción monárquica y el castigo sólo puede venir por su renuncia.
Así la Infanta reconocería que no estuvo a la altura de lo que se esperaba de ella y fortalecería el papel de su familia al renovarle la clara conciencia de sus deberes. Por decirlo en metáfora: la Infanta debe pagar las costas.
Es la metáfora que corresponde. Ahí está Virginia López Negrete, la abogada de la acusación popular que quiso sentar a la Infanta en el banquillo y que convirtió el empeño en su modo de vida. ¿Profesión?, le preguntaban: llevar al banquillo a Doña Cristina de Borbón. Y lo consiguió, con la íntima y éxtima complicidad del juez Castro. Pero habrá de pagar por ello. No se pone a la Infanta en la picota impunemente.
La pregunta difícil es por las costas que va a pagar el juez Castro. Durante siete años ha estado juzgando el caso Nóos sin esperar a juicio, retransmitiéndolo en directo sin pudor ni prudencia. Todo lo contrario: tocado de la infalible soberbia que el pueblo deposita en sus elegidos y que, atizada paradójicamente por el fracaso, continúa. Incumpliendo la ética y la estética de su oficio, ayer discutía la sentencia sin leerla: «No era la sentencia que esperaba. La Infanta Cristina era una mujer florero. El tribunal ha dado por bueno que no se enteraba de nada…». La absolución de la Infanta es el lado más visible del fracaso del juez Castro. Y el éxito que amenaza con eclipsar las responsabilidades del fiscal Horrach. Pero al margen de su teatralizada discrepancia ante la Infanta, juez y fiscal coincidieron en lo demás. Una gran parte de ese demás ha sido ahora derrumbado.
El duque de Palma ha sido condenado por un delito fiscal. Dos años de cárcel. Diluyó su Irpf en el Impuesto de Sociedades, siguiendo la costumbre de la profesión liberal española. Fue durante los años 2007 y 2008. El límite del delito está en 120 mil euros y en el primero lo sobrepasó por nueve mil y en el segundo por seis mil. Ha sido también condenado por malversación de fondos públicos. El fiscal sostenía que malversó cuatro millones, pero todo ha quedado en el 10%. Nóos recibió un encargo del presidente Matas sobre un Observatorio Permanente de Deporte y Turismo en Baleares. Al final no se hizo, pero Matas le pagó por su trabajo. Ya se verá qué dice el Supremo sobre ese delito, el más grave, que supone casi tres años de pena: es raro que malverse el que no dispone estrictamente del dinero.
El duque pagará con un año su tráfico de influencias. Ese es un delito twilight zone: no sé si el acusado se defendió de él diciendo que era duque de Palma, yerno del Rey de entonces, miembro del CIO y estrella del balonmano, y que todo ese tráfico iba con él de serie hiciera lo que hiciera. Para el duque pedía el fiscal un total de 19 años. Se ha quedado en un tercio.
El juez y el fiscal llevaron a 18 acusados al banquillo y el tribunal ha dictado 11 absoluciones. Entre ellas, sobre todo, las que los periódicos siguen llamando con impudor que no caduca la trama valenciana. No solo ha quedado absuelta. Es que de su proyecto principal, el Valencia Summit, se dice en la sentencia: «En sus tres ediciones se celebraron de forma satisfactoria dejando constancia en el expediente de la información necesaria para valorar el retorno, sin que conste acreditado que no se cumplieron las expectativas pretendidas consistentes en promocionar la imagen de Valencia como destino turístico». En cuanto a la trama de Madrid, para cuya cabeza visible Mercedes Coghen el fiscal pedía cinco años de cárcel, las magistradas sentencian después de absolverla: «No pudo desplegar mayor diligencia». La pobre Negrete. Y Castro y Horrach, sin costas. Y sin que nadie les pida la renuncia a sus derechos, del pueblo emanados.
Vayamos a la costa final, que es la de los periódicos. ¡Oh, costa da morte! Pongamos a un lado la sentencia y al otro el relato que los periódicos escribieron, en los últimos seis años. No fue el relato sobre las andanzas de un ligero de cascos en un tiempo de esplendor ligero. Fue el relato de cómo la decadente monarquía española, a través de un sobrevenido, saqueó las finanzas públicas (¡Nóos forramos!) con la complicidad de varios caciques regionales. Fue el relato de una crisis económica que dejó sin casa y sin hacienda a millones de españoles, mientras la monarquía recaudaba fondos para cazar elefantes. Fue el relato que narró con tinta simpática el nacimiento del cavernoso partido Podemos. El relato del fantasmático proceso constituyente. El del referéndum sobre la monarquía. Fue el relato de una crisis de Estado. Y el de una abdicación.
Los periódicos escribieron un relato falso y peligroso. Es cierto: nunca habrían podido hacerlo sin la colaboración abnegada del juez de instrucción y del fiscal. Los periódicos mantienen un trato peculiar con esas dos figuras. Servidores públicos, y por lo tanto, a ojos de muchos periodistas, incontaminados de sesgos, de intenciones, de debilidades, y entre estas últimas incontaminados, eso creen, de la adictiva vanidad que solo los periódicos pueden satisfacer.
Los periódicos creen difícil que un juez y fiscal intoxiquen como lo hacen abogados y políticos. No sólo fue esa percepción errónea. Los periódicos aceptaron encantados la estrategia del juez Castro, que consistía en la retransmisión en directo de la instrucción. No es posible. No se puede retransmitir lo que, en puridad, no sucede. Suceden el partido de fútbol, el concierto, el discurso. Por el contrario, la absolución y la culpabilidad son siempre retrospectivas: no encajan en el lema de estos tiempos correveidiles, está sucediendo, lo estás viendo. A los periódicos, sin embargo, no cabe exigirles costas: hace años que la pagan cada día, dolorosa e implacablemente. Y su manera de tratar de salir de la ruina aún los hunde más en ella.
En fin, libe. Con harto dolor de tu corazón pintoresco habrás visto que la condena principal del caso Nóos ha sido la del populismo.
Sigue ciega tu camino
ARCADI ESPADA – EL MUNDO – 19/02/17