La colocación de fotos de etarras y de carteles de apoyo no son episodios aislados, sino eslabones de una cadena de actuaciones que los simpatizantes de ETA han realizado durante décadas con absoluta impunidad y a menudo en medio de la indiferencia de las autoridades.
Desde hace algunas semanas, no hay día en que la policía vasca no tenga que intervenir para retirar fotos de etarras, acompañar a las brigadas de limpieza para borrar pintadas favorables a la banda o impedir manifestaciones ilegales.
Las fiestas de numerosas localidades vascas han sido aprovechadas por los simpatizantes de ETA para aumentar sus provocaciones, lo que ha obligado a nuevas actuaciones de la Ertzaintza. La intervención policial en estos casos tiene también una dimensión pedagógica que a menudo se pasa por alto.
La colocación de fotos de etarras y de carteles de apoyo no son episodios aislados, sino eslabones de una cadena de actuaciones que los simpatizantes de ETA han realizado durante décadas con absoluta impunidad y a menudo en medio de la indiferencia de las autoridades.
Calles dedicadas a etarras, homenajes públicos a todos los presos que salen de la cárcel o cumplen años en prisión, actos específicos de recuerdo a los terroristas en las fiestas que, a veces, figuran incluso en el programa municipal como los fuegos artificiales, son algunos de esos comportamientos que se han desarrollado con «normalidad» durante mucho tiempo.
Las autoridades han considerado las más de las veces que era mejor mirar hacia otro lado antes que arriesgarse a sostener un pulso con aquellos que pueden desestabilizar la calle y tienen capacidad probada de causar disturbios y problemas. Puro apaciguamiento en la peor de sus connotaciones históricas. Como resultado de esta actitud, las expresiones de respaldo a los terroristas se han podido celebrar con normalidad patológica.
Hace cuatro años, la presidenta de la Fundación Víctimas del Terrorismo (FVT), Maite Pagazaurtundua, denunciaba los homenajes a los etarras como un «problema fundamental. La mayoría de los familiares de presos etarras los quieren, pero no aborrecen el delito –afirmaba–. Y hay dirigentes políticos, especialmente en las filas nacionalistas, que prefieren las fiestas en paz (…) aunque sea a costa de rendir tributo a personas que cumplen condena por delitos de una gravedad casi insuperable en su horror».
Pagazaurtundua sostenía en el 2005 que si las instituciones se hubieran involucrado en la extensión de los valores democráticos «una décima parte» de lo que lo han hecho en favor del euskera, «no creo posible que pudieran existir niños que cayeran en la espiral del odio».
La actualidad de las palabras de la presidenta de la FVT queda confirmada por una reciente encuesta, que revelaba que el 15% de los jóvenes vascos apoya la violencia. Por eso, el obispo de Bilbao, monseñor Blázquez, se preguntaba el sábado pasado qué clase de educación había en el País Vasco que está asegurando «el relevo generacional de los terroristas».
Es el precio que se paga a largo plazo cuando se opta por el apaciguamiento y se renuncia a la pedagogía democrática.
Florencio Domínguez, 19/8/2009