Leyes como armas

Ignacio Camacho-ABC

  • Hay un eco de sectarismo treintañista en el uso de un preámbulo legal como herramienta de revancha política

El gran error de la República, el fondo de su trágico fracaso, fue la creación de un marco jurídico, empezando por la Constitución, que enfrentaba a los españoles entre sí mismos. Y no a la mayoría contra la minoría, sino a medio país contra el otro medio. Ese mismo peligroso aire de revancha, de desafío hemipléjico, que diría Ortega, impregna de treintañismo la política actual bajo la estrategia de polarización que inspira este Gobierno. Cavar trincheras ideológicas puede dar beneficios electorales inmediatos, y no siempre ni necesariamente al mismo bando, pero representa un suicidio colectivo seguro a medio plazo. Ésa es la verdadera abolición del llamado ‘régimen del 78’, sin necesidad de tocarle una coma a la Carta Magna: basta con erradicar los consensos sociales e institucionales para que la democracia pierda su ‘auctoritas’ civilizada y se convierta en una batalla donde las leyes se blanden como armas.

Aprovechar el preámbulo de un texto legal para ajustar cuentas retroactivas con el adversario, como han hecho en una modificación del Código Penal el Ejecutivo y sus aliados, constituye un agravio propio del más enconado período de sectarismo republicano. Con el agravante de que en este caso implica la firma del Rey -«…Las Cortes han aprobado y yo vengo en sancionar…»-, que no es un líder partidario sino el símbolo de la imprescindible neutralidad del Estado. Si ya de por sí el asunto, la despenalización de la violencia de los piquetes de huelga, contiene un manifiesto carácter vindicativo, la exposición motivada supone consagrar en el ordenamiento un ataque explícito contra los anteriores responsables políticos. El BOE como artefacto arrojadizo y, lo que es aún más grave, la Corona como partícipe forzosa de un atropello normativo. El episodio retrata la esencia del sanchismo: un partidismo desacomplejado, una parcialidad sin prejuicios, la apropiación indebida de las instituciones al servicio exclusivo de su proyecto banderizo. El abuso de poder como rasgo de estilo.

Todo esto tendrá costes, porque no hay hegemonías eternas y llegará un momento en que la derecha se sentirá moral y políticamente liberada para darle la vuelta al cordón excluyente con que la alianza Frankenstein pretende envolverla. La cacicada, la arbitrariedad o el desafuero como reglas corroen las bases del sistema y conducen a una inevitable quiebra de la convivencia. El afán liquidacionista, la nostalgia de la ruptura y la búsqueda de una nueva legitimidad monopolizada por la izquierda están retrocediendo a la nación moderna hasta una insoportable atmósfera de años treinta. O a la anomia caciquil de las autocracias de Latinoamérica. El Gobierno de Sánchez y de su socio Iglesias suele caricaturizar las recurrentes comparaciones con Venezuela. Pero para que dejen de ser una hipérbole convendría que abandonasen los modos de una república bananera.