- Resulta muy revelador recordar el testamento de un militar republicano fusilado, pues postulaba en esta materia todo lo contrario de lo que ha hecho el PSOE
Seis de la mañana del 18 de agosto de 1936, las fuerzas sublevadas contra la República del Frente Popular fusilan en un campo de tiro de las afueras de León a un hombre llamado Juan Rodríguez y a cinco encausados más. Natural de Alange (Badajoz), tiene 43 años, está casado con Josefina y son padres de un niño y una niña. La sentencia de un consejo de guerra lo ha declarado culpable de un «delito de traición». El hombre es militar, con grado de capitán, masón y de declaradas simpatías socialistas. El obispo de León había pedido, sin efecto, clemencia para los cinco condenados.
El día antes de la ejecución, el capitán Juan Rodríguez escribe de puño y letra su testamento, donde en tercera persona habla de su situación, imparte instrucciones sobre sus bienes, se despide de su familia y ofrece pinceladas sobre sus ideales. Ese testamento se lo entrega a un notario que lo visita en San Marcos, donde está encarcelado.
«Para tranquilidad de su esposa y familia, declara creer en la existencia de Dios, rechazando su conciencia en cambio los ritos humanos. Su fe en el Ser Supremo es firme y al él encomienda su alma de creyente», escribe de sí mismo el capitán Rodríguez. Su texto de adiós continúa con una llamada al perdón y la paz: «A él [Dios], en este momento de abominables pasiones, pide la paz de España y de la humanidad. Muere inocente y perdona. Pide a su esposa e hijos que perdonen también». Por último, solicita que cuando «sea necesario se vindique su nombre y se proclame que no fue traidor a su patria».
Ese testamento es un documento que pertenece ya al campo de la historia, pues data de hace 88 años. Resulta admirable que en un trance de extrema angustia, pues está a punto de encararse con el pelotón, el reo se cuide de proclamar que muere perdonando y encarezca a sus descendientes que hagan lo mismo. El documento refleja también su aprecio por su «patria», España, para la que desea paz.
Esa apelación al perdón se hará real cuatro décadas más tarde con la Transición, cuando quienes habían sido enemigos hasta matarse deciden dar una oportunidad a la reconciliación e intentan pasar página. En gran medida lo logran, un hito de los españoles que admiró al mundo.
La República fue una calamidad, que no supo mantener su propia legalidad. Entre otros desastres, fue boicoteada por el propio PSOE en 1934 –revolución contra la que actuó el propio capitán Rodríguez– y provocó la mayor persecución religiosa del siglo XX en Europa.
La Guerra Civil, como todas las de su índole, dio lugar a barbaridades inhumanas en ambos bandos. Muchas ni siquiera obedecían a un móvil político, pues la mezquindad del ser humano y las envidias hicieron que algunos aprovechasen el desbarajuste para ajustar cuentas pendientes (también hubo, y debe resaltarse, acciones de humanidad admirables).
En los años treinta, España se convierte en la probeta donde se experimenta con el gran choque de ideologías que estallará con una truculencia inimaginable en la Segunda Guerra Mundial. España saldrá el envite con cuarenta años de franquismo, régimen que tuvo dos fases: una inicial dura y dictatorial, que dio paso a otra de progresivo aperturismo, que se tradujo en un robusto avance del país desde los años sesenta y la aparición de su fructífera clase media. ¿Cuál era la alternativa a Franco en 1936? Pues la conversión de España en un satélite de la Unión Soviética. Una tiranía comunista, en cifras la ideología más letal de la historia.
Todo aquello no se pueden resumir en blanco y negro, obligándonos a que nos calemos las orejeras de unos apriorismos maniqueos. Establecer qué pasó y por qué no corresponde a la política, es tarea de los historiadores.
En el siglo XXI, un nieto del capitán Juan Rodríguez traicionaría el espíritu de sus últimas palabras. Frente al perdón que pidió el antepasado, el nieto propugnaría el rencor sectario. Frente al deseo de paz del abuelo, el nieto se empecinaría en reabrir las heridas de la Guerra Civil por obcecación dogmática y tacticismo partidista.
El nieto de Juan Rodríguez se llamaba José Luis Rodríguez Zapatero y postularía unas aberrantes Leyes de Memoria para tensionar a la sociedad y ayudar así a la causa del PSOE, todo animado además por un delirante intento de ganar 68 años después la guerra que había perdido su abuelo.
Las mal llamadas Leyes de Memoria son en realidad Leyes de Odio, y Sánchez y las ha llevado al extremo. España es la única democracia del planeta donde el Gobierno impone so pena de sanción una lectura única y obligatoria de la historia, en la que todos los de izquierdas son ángeles y todos los de derechas demonios. Por supuesto, las salvajadas de la II República y sus partidarios no existen.
Esas leyes mutilan las libertades de cátedra y expresión a fin de que la izquierda luzca siempre espléndida en la foto. Son normas que reavivan odios de hace casi cien años para exacerbar las pasiones doctrinarias y mantener así la llama del apoyo irracional al sanchismo: la verdad no importa, solo la ideología.
Hay que aplaudir que los Gobiernos autonómicos de PP y Vox legislen para revertir esa ofensa a la verdad, la libertad y la inteligencia que ha perpetrado el PSOE, un partido que huérfano en economía se lanzó a pescar en los caladeros del odio para tratar de mantener su público.