Kepa Aulestia-El Correo

El tiempo de la política de la inmediatez se mide en segundos, en el lapso necesario para proferir un tuit. El día hace acopio de infinidad de mensajes y de sus efectos. La semana es una eternidad. Cinco jornadas han sido suficientes para que la discusión sobre tres normas legales haya puesto del revés la España oficial. La ley del ‘sólo sí es sí’ revisada por el Ministerio de Justicia frente al criterio del Ministerio de Igualdad, hasta volver verosímil que el voto del PP y el de Vox podría trastocar los cálculos de la polarización partidaria. La ley del bienestar animal distinguiendo a las mascotas de aquellos perros que tendrían cometidos entre el desempeño profesional y el disfrute de sus dueños a la que se pliegan los socios animalistas del socialismo territorializado. La sentencia del TC sobre la ley del aborto que, según Núñez Feijóo, sería correcta en la España actual, cuando hace trece años fue recurrida por el PP desde posiciones puramente morales en una sociedad muy parecida a ésta.

Los principios inquebrantables no lo son tanto. Las alianzas inevitables se muestran incómodas. La política se cree con poder para legislar sin límites, mientras se arruga ante cada contrariedad. Debe ser la fatiga derivada de años de incertidumbre, atomización partidaria, y desgaste tanto en el gobierno como en la oposición. Pero sobre todo es la endeblez de una cultura de lo público que tiende a dilapidar valores y capital a base de eslóganes sin sentido. De arengas ‘en contra de’ que en solo cinco días se han quedado en nada. El lunes que viene, 13 de febrero, todos y cada uno de los actores de primera página deberán resetearse aprisa. Asistirán, asistiremos, a otros cinco días hábiles en los que habrá leyes que lo cambien todo sin transformar demasiado.

La política española seguirá debatiéndose entre aniquilar al adversario, al socio de ocasión e incluso al conmilitón, o procurar salvarse por el momento con repentinas bajadas de temperatura, sintonizaciones intermitentes, evasivas y guiños de conciliación. Una semana puede dar para todo eso y más. Permite depositar el futuro de la coalición de gobierno en la tramitación parlamentaria de la proposición de ley de la ministra Pilar Llop, amenazada de salir del Consejo de Ministros antes que Irene Montero, mientras se invoca a la taumaturgia progresista para dar con algún milagro legislativo. El animalismo parlamentario que el jueves aplaudió la hazaña de la ministra Ione Belarra no necesitará ni esos cinco días para consolarse pensando que con su concesión al realismo y el sosiego en la coalición de gobierno ha pasado a contar con algo que reivindicar en su siguiente programa electoral para el bienestar de las especies. El aborto ya no podrá ser puesto en entredicho políticamente, con lo que las izquierdas pueden jactarse de haber achicado el temario de las derechas a través del Constitucional hasta declararlo prácticamente mera cuestión religiosa. Pero los sucesivos fundidos a negro que acompañan la vida política y parlamentaria hacen olvidar de tal manera los logros y las decepciones de la legislatura, que las elecciones generales terminarán asemejándose a uno de esos encuentros de baloncesto para cuyo desenlace solo parecen importar los últimos segundos.