Manfred Nolte-El Correo
- Equiparar la derecha liberal con la derecha fascista es un error que ignora las profundas diferencias ideológicas y el contexto histórico de cada uno de dichos movimiento
Advierte mi admirado Ignacio Escañuela en uno de sus imprescindibles posts en sus redes sociales lo siguiente: «Estoy leyendo frecuentes análisis que unen derecha liberal y derecha fascista. Pero los liberales fueron perseguidos en el fascismo. Y muchos no tienen ni idea de qué es fascismo, empleando el término de forma general». No se puede estar más de acuerdo con la afirmación. En verdad que la denuncia de Escañuela alude a una confusión conceptual que es necesario aclarar para un entendimiento preciso de las corrientes políticas y de su impacto histórico.
El fascismo es una ideología autoritaria y nacionalista que surgió en el siglo XX, representada principalmente por figuras como Benito Mussolini en Italia y Adolf Hitler en Alemania. El fascismo aboga por un gobierno centralizado y dictatorial, la supresión de la oposición política y la eliminación de las libertades individuales en favor de un Estado poderoso y homogéneo. Entre sus características están el militarismo, el ultranacionalismo, y la glorificación de la violencia y la disciplina.
Los regímenes fascistas han perseguido a liberales, socialistas, comunistas y otros opositores, porque consideraban sus ideas como una amenaza a la unidad y el poder del Estado fascista, una construcción suprema. Durante la era fascista en Europa, muchos liberales fueron encarcelados, exiliados o asesinados por sus creencias políticas. Utilizar el término ‘fascismo’ de forma general para describir cualquier forma de derecha es un error grave que distorsiona el entendimiento político y minimiza la gravedad de los crímenes cometidos bajo regímenes fascistas.
Por su parte, el liberalismo, asociado comúnmente a la derecha liberal, tiene una serie de rasgos muy distantes de los fascistas. Uno de sus principios básicos es la defensa de las libertades individuales. Los liberales creen que cada persona debe tener la libertad de elegir su camino en la vida, siempre y cuando no interfiera con la libertad de los demás. Este principio se traduce en la protección de derechos fundamentales como la propiedad privada, la libertad de expresión, la libertad de Prensa, la libertad de asociación y la libertad religiosa. La protección de estos derechos es esencial para el funcionamiento de una sociedad democrática y pluralista. De ahí su insistencia en limitar el poder del Estado.
A su vez, el liberalismo económico promueve la idea de un mercado libre en competencia honorable, sin posiciones dominantes, donde los precios y la producción sean determinados por la oferta y la demanda. La propiedad privada es el anclaje inexcusable de las características anteriores. Esta filosofía ha demostrado ser eficaz para fomentar la innovación, la eficiencia y el crecimiento económico.
El liberalismo enfatiza asimismo la importancia del compromiso personal. Se espera que los individuos asuman la responsabilidad de sus decisiones, lo que fomenta una cultura de autosuficiencia y emprendimiento. Dicho lo cual, y avanzado el siglo XXI, el liberalismo está llamado a huir de posiciones maximalistas. Corrientes radicales como la libertaria, sin consideraciones sociales y de equidad, pueden conducir a desigualdades significativas y a la marginación de grupos menos favorecidos.
Dos comentarios finales.
En primer lugar, equiparar la derecha liberal con la derecha fascista -si es que ambas merecen equidistar del término ‘derecha’- es un error que ignora las profundas diferencias ideológicas y el contexto histórico de cada uno de dichos movimiento. La derecha liberal y la derecha fascista no solo son diferentes en sus objetivos y métodos, sino que también han sido históricamente opuestas en sus principios fundamentales. La cultura y el conocimiento histórico son herramientas esenciales para combatir la desinformación y preservar la integridad del discurso político.
En segundo lugar, destacar que de un tiempo a esta parte, diversos partidos y colectivos de izquierda vienen atribuyendo el apelativo de ‘facha’ -un grado más degradante si cabe del término fascista- en nuestro país, con tal profusión, que el término se ha banalizado y vaga por el éter político como un fantasma sin identidad, significando con él, finalmente, a cuantos no piensan como ellos. Pero eso no vale, ¿verdad? Utilizar el término ‘fascismo’ de forma arbitraria es un error grave que distorsiona el entendimiento político y minimiza la gravedad de las persecuciones y vandalismos cometidos bajo regímenes fascistas. Este mal uso del término contribuye a reducir la capacidad de identificar y combatir las verdaderas amenazas fascistas del presente.