Este miércoles participaré en el debate “Libertad de Prensa y Democracia” organizado por mi buen amigo Dani Sirera, del PP. Participaremos Iñaki Ellakuria, Iva Anguera, Anna Grau y Guillermo Altarriba. El tema no es baladí. Si la política está polarizada como no habíamos visto en mucho tiempo, los medios de comunicación superan ese frentismo en muchas yardas. No seré yo quien critique el periodismo de bandería, porque no he hecho otra cosa en mi vida más que decir en cada momento lo que pensaba, a pesar de los pesares y habiéndome equivocado no pocas veces. La vida cambia y uno también. Compadezco a la gente de biografía trazada con tiralíneas. Quiero pensar que lo he hecho siempre de frente, cumpliendo el precepto nietzscheano de no dejar en la estacada mis opiniones, asumiéndolas, y entendiendo que hablar de lo que sucede cada día te expone tanto al acierto como al error. Somos una contradicción y hay que aprender a vivir con ello.
Ahora bien, creo -y seguro que aquí habrá debate largo y tendido con mis contertulios- que la libertad de prensa no existe, del mismo modo que tampoco existe la democracia. De manera ideal, como constructos que hemos fabricado para ir tirando, como una Ítaca que siempre que creemos alcanzar se alejan, sí; como realidad palpable, capaz de ser percibida por el ciudadano de a pie, son conceptos utópicos como podría serlo el de la felicidad o la bondad innata del ser humano. Que eso no debe hacernos renunciar a alcanzar tan nobles objetivos es evidente, pero la condición humana es la que es y mucho me temo que no damos de sí más que lo que damos. Me explicaré. En mi gremio puede alcanzarse cierto grado de libertad o, si lo prefieren, de independencia a la hora de escribir un artículo, participar en una tertulia o manifestar tu criterio por el medio que sea. Al tener el privilegio de trabajar en lugares como esta casa, con Herrera, con Iker Jiménez, donde nadie me ha dicho nunca qué debo o qué no debo decir, puedo afirmar que no he sentido la censura que experimenté en otros lugares en los que a lo largo de tres décadas largas, casi cuatro, he trabajado para ganarme la vida.
Añadiré que mi libertad siempre topó con políticos, partidos, directores de programas o jefes de redacción serviles y adulatorios del mandamás de turno. Siempre son los lame traserillos del poder quienes ejercen de inquisidores para ganar puntos ante su señorito. En mi caso siempre ha sido fácil: a la que me censuran, me voy. Eso ha provocado que estuviera, por ejemplo, algunos años en el dique seco sin trabajo, porque sabrán que en materia de libertades Cataluña no es ejemplo de nada. O estás en la secta o no estás. Y aun estando, han de darse ciertas condiciones que difícilmente puede cumplir alguien de apellidos como los míos.
Siempre son los lame traserillos del poder quienes ejercen de inquisidores para ganar puntos ante su señorito. En mi caso siempre ha sido fácil: a la que me censuran, me voy
Por todo eso, por la dictadura partidista, por el miedo de los jefecillos a perder su canonjía, por depender de la subvención de tal o cual institución se calla mucho más de lo que se dice. ¿O es que alguien cree que durante las cuatro décadas de pujolismo ningún periodista sabía lo que sucedía en materia de corrupción? El cacareado oasis catalán no era nada más que un sepulcro blanqueado por el dinero, que todo lo compra, incluso las almas. Pero hay algo más. Sin libertad de prensa no puede existir la democracia, puesto que si no puedes decir lo que piensas sin exponerte a perder tu trabajo, convirtiéndote en un paria sometido a la muerte civil, es imposible que exista un sistema en el que la opinión de todos cuenta por igual. Y aquí estamos, con medios que sirven a éste o a aquel, con la mediocridad de un Bonancieux cualquiera y la vana ilusión que éste tenía por haber besado la mano de Richelieu. Resumámoslo en lo que dijo el ensayista y poeta Roger Wolfe: tienes derecho a expresar libremente todo aquello que te esté permitido decir.