Mikel Buesa-La Razón

  • Lo nuestro ha sido ir para atrás, pues tras superar el bache al que nos condujo la Gran Recesión, con los gobiernos de coalición entre socialistas y comunistas el retroceso ha sido notorio

La libertad económica es un asunto resbaladizo, pues nos habla de la bondad de las relaciones irrestrictas en los mercados, pero requiere, como todas las libertades, de la intervención de los gobiernos para establecer sus reglas y evitar tanto el caos como los abusos. O sea que se parece al juego de las siete y media que describió Muñoz Seca en su Don Mendo, en el que «o te pasas o no llegas» y, por eso, «no hay que jugarlo a ciegas». Aunque más bien lo que suele ocurrir, en general, es que la opción de pasarse apenas se da en el mundo real, pero la de no llegar suele ser muy frecuente y «da dolor», como escribió nuestro dramaturgo.

La Fundación Heritage lleva tres décadas publicando un informe anual acerca de la libertad económica, midiéndola a través de una amplia selección de indicadores y situando a cada país en su posición relativa con respecto a los demás. Por ejemplo, la última edición –que en España difunde el Instituto de Estudios Económicos–, coloca al nuestro en la cola del club de las naciones desarrolladas que pertenecen a la OCDE. O sea que España está en eso del dolor de no llegar, aunque haya situaciones peores en otros parajes. Es dolor porque, como han mostrado los estudios de la Fundación, la libertad económica se asocia positivamente con el nivel de productividad, la renta por habitante, la menor extensión de la pobreza, un mayor índice de desarrollo humano y una mejor protección medioambiental. Esto significa que si tuviéramos más libertad en lo económico nuestro bienestar sería más amplio, aunque inmediatamente haya que añadir que, además de esa libertad, hace falta tocar otras variables. Pero el caso es que lo nuestro ha sido ir para atrás, pues tras superar el bache al que nos condujo la Gran Recesión, con los gobiernos de coalición entre socialistas y comunistas el retroceso ha sido notorio. La causa no está en «el maldito Cariñena» de Don Mendo, sino en el afán estatalista de esos gabinetes –que han disparado el gasto público, mermado la salud fiscal y aumentado los impuestos–, así como en el deterioro de la justicia. Por tanto, tómese nota sobre dónde hay que actuar con urgencia.