Carlos Martínez Gorriarán-Vozpópuli
No hay síntoma más alarmante del curso contrario a la libertad en Europa, cuna del concepto mismo, que verse obligado a elegir entre la Comisión Europea y el tándem Musk-Trump
Tenemos la creencia, algo ácrata, de que la mayoría de la gente desea toda la libertad posible, al menos en “occidente”. Pero es una creencia demasiado generosa y algo narcisista. Hay más evidencia histórica y empírica de que a la hora de elegir entre seguridad y libertad más gente prefiere la primera, quizás porque no tiene alternativa, pero a menudo porque la han convencido de que renuncie por su propio bien.
Durante la pandemia de covid asistimos a la experiencia de lo rápido que se renuncia a libertades tan básicas como la de movimiento y reunión sin verdadera necesidad
El miedo a la libertad es fácil de cultivar y propagar. El resultado no es una sociedad más responsable y segura, sino más cobarde e impotente frente al abuso, la corrupción y el despotismo. Por eso, todo movimiento autoritario intenta convencer a la gente de que hay exceso de libertad y conviene renunciar a un poco por el bien de todos; como hacen Sánchez y sus compinches, se le llama solidaridad, convivencia y progreso, y asunto arreglado.
No hace falta remontarse a las calamidades comunistas y fascistas para verlo. Durante la pandemia de covid asistimos a la experiencia de lo rápido que se renuncia a libertades tan básicas como la de movimiento y reunión sin verdadera necesidad, y los abundantes “policías de balcón” voluntarios que brotaron para denunciar el libertinaje del prójimo. Y estos días asistimos a la extensión del miedo inducido al turismo, tan vinculado a la libertad personal pese a las molestias que causa cuando se masifica.
Pero el gran enemigo de la libertad no es tanto la gente corriente como las élites o grupos de interés con gabelas y privilegios que consideran sagrados. Recortar la libertad de la plebe, siempre argumentando que es por su bien, según recomendaba el despotismo ilustrado, es un poderoso instrumento de preservación de privilegios endogámicos. En fin, como enseñara Mark Twain, a las élites -y no solo a las políticas, sino todas- habría que cambiarlas tan a menudo como los pañales, y por la misma razón.
El derribo de la autoridad ajena
En mis tiempos de bachillerato franquista (bastante superior en contenidos al actual, hay que decirlo) los escolares padecíamos la repetición del mantra moralista según el cual el libertinaje o abuso de la libertad, fuera política, sexual o de conciencia, era un gravísimo peligro que justificaba prohibiciones y tutelas. Nosotros suspirábamos por vivir tan libres como nuestros vecinos franceses, pero curas, frailes, monjas y, por supuesto, la mayoría de las familias, se empeñaban en que gozábamos de más libertad de la que éramos capaces de administrar virtuosamente.
La obsesión tenebrosa con el libertinaje resultó un completo desastre: los más inquietos llegamos a la romántica conclusión contraria, a saber, que toda libertad era poca y demasiado limitada. La entendimos no como capacidad personal y social de elegir y hacer proyectos, sino de derribo de la autoridad ajena: todo poder era ilegítimo y opresivo por naturaleza. Mejor hubiera venido a todos un poco de educación cívica en los principios de la libertad razonada; quizás así en mi curso de COU de 1975 no habrían coincidido un futuro jefe de ETA y un activista de la banda que gozó de universal apoyo y simpatía huyendo a Francia tras colaborar, con diecisiete años, en el secuestro de un empresario que acabó asesinado.
En la línea de su partido en Cataluña y España, el socialista catalán Borrell ha logrado que Europa prefiera reformar la caterva de narcos y asesinos que saquea Venezuela a que la sustituya una oposición pacífica y responsable
El caso es que otra vez las élites privilegiadas están en plena ofensiva de restricción de las libertades, naturalmente por nuestro bien y por el método de hervido de ranas: poco a poco. Uno de los ámbitos institucionales más activos en este recorte es, ¡ay!, la Unión Europea.
Josep Borrell ha logrado que la Comisión Europea sea el poder mundial democrático más miserable en el apoyo a la oposición venezolana tras el fraude electoral de la dictadura. En la línea de su partido en Cataluña y España, el socialista catalán Borrell ha logrado que Europa prefiera reformar la caterva de narcos y asesinos que saquea Venezuela a que la sustituya una oposición pacífica y responsable, pero quizás poco sensible a los peligros del desorden típico de la sociedad abierta. Por eso Borrell solo cree que “parece ser” que la oposición, y no Maduro, es la ganadora electoral.
Borrell ha predicado, como el Papa, la vieja receta de diálogo ficticio, acuerdo impuesto y olvido oportuno de los crímenes de la dictadura como receta que, si bien no garantiza la libertad, al menos prevenga (como en Cataluña) el peligroso libertinaje de la democracia sin restricciones ni oligarquías innatas y eternizadas. Alguien podría alegar que la Transición española no habría sido muy distinta, pero hay esta diferencia crucial (entre muchas otras): el franquismo jamás convocó elecciones para legitimarse mediante uno de los fraudes más escandalosos de la historia electoral. Simplemente colapsó y le sustituyó un pacto con la oposición.
Elon Musk entrevista a Trump
Otro comisario europeo, el francés-senegalés Thierry Breton, de Mercado Interior, escribía una carta pública a Elon Musk desaprobando su entrevista a Donald Trump en la red social X y advirtiendo de que las normativas europeas no aceptan malos usos, como ese en concreto. Breton tiene un rutilante currículum elitista, lo que hace más ilustrativa su toma de posición (desautorizada después por la Comisión). Como a los demás eurócratas, a Breton no parece importarle que la selva de normativas europeas y la debilidad de las economías nacionales haya frustrado las posibles redes sociales digitales europeas. Al revés, parece satisfecho de que la exuberante reglamentación prohibicionista llegue a amenazar la libertad de expresión… si evita el libertinaje.
No hay síntoma más alarmante del curso contrario a la libertad en Europa, cuna del concepto mismo, que verse obligado a elegir entre la Comisión Europea y el tándem Musk-Trump. Intentar impedir que el primero entreviste al segundo, por repelente que nos parezca -a mí, mucho y muy peligroso-, no solo es prepotente y dictatorial: implica admitir que alguien decida por nosotros qué debemos saber y qué no, reprimiendo nuestra libertad.
En realidad, la entrevista de Musk a Trump más bien ayudó poco al atrabiliario y eurofóbico candidato revelando su apoyo a Putin, Maduro y Xi Jinping, entre otras joyas; lo siento Elon, diseñar cohetes no es lo mismo que hacer buen periodismo y atacar al wokismo es necesario, pero no equivale a defender la democracia. Así que fue una entrevista tan legítima como oportuna. Digan lo que digan autoritarios, pesimistas lóbregos y medrosos, en materia de libertad la abundancia siempre es mucho mejor que la escasez.