PATXO UNZUETA – EL PAIS – 13/05/17
· Los aspirantes a dirigir el PSOE son juzgados segun su papel en el drama del 1 de octubre.
Cuando se elige el líder de un partido se está seleccionando a alguien capaz de dirigirlo; pero también, casi siempre, al candidato electoral a presidente del Gobierno. Un candidato capaz de ganar las elecciones, pero a la vez un gobernante competente para ejercer el cargo. Las cualidades personales necesarias para cada una de esas funciones no tienen por qué coincidir. Puede haber un muy buen candidato (por su habilidad mitinera, por ejemplo) pero sin cualificación profesional (conocimientos de economía, idiomas…) para presidir un Gobierno. Pero tampoco hay que exagerar: un buen gobernante es hoy en día quien sabe rodearse de colaboradores solventes.
En el PSOE, desde que se planteó la conveniencia de elecciones primarias como forma de estimular la participación política de los afiliados, ha habido cierta confusión sobre si lo eran para jefe del partido o para candidato electoral. Durante años se dio por supuesto esto último, pero la iniciativa, en 2009, del secretario general del PSOE gallego, Pachi Vázquez, de convocar elecciones internas de ratificación de su elección —a fin de reforzar su autoridad con el blasón de haber sido elegido directamente por la militancia— provocó un conflicto organizativo que la dirección central resolvió por elevación: todos los secretarios generales serían en adelante elegidos en primarias abiertas a todos los afiliados. Incluso se planteó que las primarias fueran obligatorias por ley para todos los partidos.
Iniciativa esta última bastante absurda a la vista de los problemáticos efectos que la novedad había tenido en el partido que lo proponía. Que la “estructura interna y funcionamiento de los partidos” tengan que “ser democráticos” (art. 6 de la Constitución) implica elecciones periódicas con reglas claras pero no necesariamente que sea obligatorio hacerlo mediante primarias. Y sin que pueda considerarse más democrática la elección directa por el censo de militantes que mediante un procedimiento representativo.
Cuando se elige el líder de un partido se está seleccionando un candidato capaz de ganar las elecciones, pero a la vez un gobernante competente para ejercer el cargo.
Teóricos de la democracia como José María Maravall han alertado recientemente (EL PAÍS, 21-2-2017) contra esa falacia. Frente a los populismos que establecen un vínculo directo entre el líder y el pueblo (en este caso, los afiliados), que se ejercita mediante referéndums y plebiscitos, y que se oponen a la intervención de organismos intermedios, “en sociedades grandes y complejas con intereses muy heterogéneos, la única democracia posible es la representativa”.
En un estudio de marzo de 2017 sobre las primarias socialistas, el sociólogo J. A. Gómez Yáñez sostiene que la opinión pública está juzgando a los candidatos según su papel en el psicodrama del comité federal del 1 de octubre. Cada uno de ellos tiene su relato, que es a la vez su autorretrato: cómo se ven.
El más artificioso es el de Sánchez como alguien que se enfrentó al poderoso aparato del partido y perdió su puesto por no ceder a las presiones para dejar gobernar a Rajoy. Pero lo perdió sobre todo por un error de cálculo. Con el fin de reforzar su autoridad ante un comité federal dividido sobre la abstención en la investidura de Rajoy, recurrió al tono heroico. Renunciaría a la secretaría general si el comité federal no respaldaba su propuesta sobre un asunto organizativo menor: un calendario interno de elección inmediata del secretario general en primarias y congreso extraordinario en un plazo de tres semanas. Jugó y perdió; y tuvo que irse.
PATXO UNZUETA – EL PAIS – 13/05/17