MIKEL BADIOLA GONZÁLEZ-EL CORREO

  • Todos tenemos la responsabilidad de evitar el caldo de cultivo que permite crecer a dirigentes que fracturan la sociedad y fomentan la confrontación

Hace apenas dos semanas hemos contemplado atónitos cómo un grupo de personas ha asaltado el Capitolio de los Estados Unidos con la finalidad de forzar una reversión de la elección presidencial en favor de la continuidad de Donald Trump -al que se atribuye su instigación- y en contra del ganador en las urnas, Joe Biden. Más allá de esos sucesos, quiero llamar la atención sobre que la actuación de Trump, ahora y antes, responde a un estereotipo de líder que puede aparecer en muchos lugares y que resulta claramente negativo no sólo para la democracia, sino para la propia sociedad sea cual fuere su configuración política.

La sociedad es plural y, además, lo es en muchas perspectivas, de lo que resulta la existencia de opciones varias y de grupos diferenciados. La diversidad social es la consecuencia natural de ese pluralismo. Pero una cosa es gestionar la diversidad y otra cosa muy distinta es convertir esa diversidad en una plataforma de confrontación social.

El buen líder trata a la diversidad social propiciando puntos de encuentro y consensos generalizados, lo que elimina las aristas más puntiagudas de esa diversidad. Y cuando no hay más remedio que acudir a las mayorías, lo hace con el más profundo respeto a todas las ideas y opciones, y potenciando una labor rigurosa de las instituciones como cauce propio para el tratamiento de los problemas y discrepancias.

Por el contrario, el líder malo construye su liderazgo sobre el ensalzamiento de una parte de la población (que representa «lo bueno») y denostando a otra parte de la misma población (que es «el problema»). Exige adhesión absoluta de la primera y le espolea en contra de la segunda. El líder malo basa su pretendido liderazgo en el enfrentamiento de unos contra otros y en triturar a la parte social que considera enemiga, haciendo que sea la parte social afecta la que maneje la trituradora. No hace falta ser muy avezado para deducir que ese tipo de liderazgo es sumamente pernicioso porque fomenta la guerra civil o social del modo más descarnado.

¿Cómo puede ser que el líder malo se haga con el apoyo de una parte importante de la población? Al margen de posibles conexiones ideológicas, el mayor apoyo social al líder malo se logra en la parte de la población que le percibe como la solución de sus problemas y necesidades. El líder malo ‘vende’ que tiene la solución, aunque no exista o no la tenga, y que el problema se debe a otra parte de la población. Así, el líder malo le toca la fibra a quien padece esos problemas y necesidades, y le hace desviar la mirada a la otra parte de la población. Y como el líder malo es quien diagnostica la situación y ‘descubre’ la supuesta solución, se erige en el caudillo mesiánico merecedor de ser reconocido como líder indiscutible.

En esa técnica, basada en excitar las pasiones de una parte de la población, es muy fácil encender la mecha, pero muy difícil evitar la explosión. Los movimientos sociales resultantes de un líder malo pueden perdurar en el tiempo más allá de la presencia del líder malo que los haya activado. Su movilización continuará mientras sus problemas y necesidades se encuentren sin resolver, lo que seguirán atribuyendo a la otra parte social ‘enemiga’. Por eso es una irresponsabilidad mayúscula promover estas situaciones.

De otro lado, no se libra de este proceso destructivo la parte social afecta al líder malo. Al propiciar su enfrentamiento con la parte social ‘enemiga’, el líder malo tensa la cuerda en el interior de la parte afecta y da lugar a divisiones, a posibles rupturas y a una inevitable debilidad.

En la sociedad ha habido, hay y habrá personas que pudren la convivencia, aunque es particularmente grave cuando se trata de líderes en cualquier organización humana, política o social, pública o privada. Y es aún más grave cuando se trata de los poderes públicos, en los que un líder malo puede producir efectos desastrosos, y hasta irreversibles, a la sociedad (pensemos, por ejemplo, en Hitler, que no está tan lejos).

Esos malos lideres son auténticos cánceres malignos de las organizaciones y, por tanto, de la propia sociedad. Nos debemos cuidar muy mucho de esos personajes, cuya identificación responde siempre al mismo patrón: el fomento de la confrontación entre diversas partes de la sociedad. Suelen esgrimir en su favor una buena gestión en algunas parcelas, tales como la economía, las infraestructuras…; sin embargo, eso es una falacia porque si no hay convivencia no hay nada.

Pero la sociedad no debe limitarse a erradicar a los malos líderes. Además, todos tenemos la responsabilidad social de hacer lo necesario para evitar que exista el caldo de cultivo propicio para que aparezcan estos nefastos líderes.