MÁRIAM MARTÍNEZ-BASCUÑÁN-El País

El restablecimiento de ciertos límites, basados precisamente en la cortesía de la comunicación política, permitiría la apertura de espacios comunes deliberativos donde llegar a acuerdos sobre cuál debe ser el futuro del país

Una de las características de nuestra democracia es el afán de algunos partidos por vetar a otras fuerzas políticas. Esta semana hemos visto una de las variedades de esta censura pública, lanzada para generar ese ruido que tanto parecemos desear todos. La utilizó Casado para evitar pactar los Presupuestos y reactivar la necesaria renovación de algunas instituciones constitucionales, con el escuálido argumento de que Podemos está en el Gobierno. Es un límite peligroso, pues pretende negar la legitimidad de esa fuerza política y del Gobierno de coalición al que pertenece, como si los votos a cada partido no valieran lo mismo. Podría ser comprensible en el caso de los Presupuestos, pues la perspectiva de uno y otro son casi antagónicas, pero en lo que se refiere a la renovación de cargos es, cuando menos, constitucionalmente desleal.

Hay algo de hipócrita en todo esto, pues ¿qué ocurriría con los vetos a Vox? ¿Acaso hay vetos y vetos? Sea como fuere, si el PP se enroca por la posición de Podemos hacia la monarquía, reconocida constitucionalmente, ¿por qué pacta allá donde puede con el partido de Abascal, que niega el orden territorial establecido en la Carta Magna? Ignora a sabiendas de que ese mismo texto, tan sacralizado, carece de cláusulas de intangibilidad, que ambas cuestiones, monarquía o Estado Autonómico, pueden ser objeto de reforma y que la misma Constitución protege dentro de la libertad de expresión el pronunciarse en contra de cualquiera de sus disposiciones. Sabemos, en cualquier caso, que no es más que un movimiento interesado del PP, que intenta no perder la correlación de fuerzas que conserva en esos órganos constitucionales.

Aunque establecer líneas rojas quizá pueda ser constructivo. Por ejemplo, poner límites de cortesía a ciertas formas del discurso permite la creación de un espacio común que favorezca la conversación. Es gracias a esas limitaciones que se consigue crear lazos de confianza que permiten el pluralismo de proyectos políticos, que dependerían de la capacidad argumentativa de cada cual. Y es justo lo contrario de lo que ocurre cuando el uso de la palabra es dogmático o voluntariosamente irreverente. El objetivo suele ser polarizar para impedir la dilucidación dialógica de cualesquiera que sean los problemas políticos coyunturales.

Porque lo cierto es que la gravedad del momento que vivimos exige abandonar la transgresión de las formas políticas, esa apropiación de la irreverencia que emplean los partidos para llamar la atención o generar una identidad más atractiva. El restablecimiento de esas líneas rojas, basadas precisamente en la cortesía de la comunicación política, permitiría la apertura de espacios comunes deliberativos donde llegar a acuerdos sobre cuál debe ser el futuro del país. Este es el momento, que pasará. Porque la reconstrucción, para serlo de veras, será antidogmática, o me temo que no será.