Ahora que se están repartiendo cargos en las covachas que se desparraman por los aledaños del Poder, procede crear una nueva palabra: la de «cargoherido«.
Del catalán recibimos la de «letraherido» que es el apasionado por los frutos de la prosa o de la poesía.
El DRAE ya recoge las de «cargoso» para definir a quien causa disgusto o fatiga, y «cargosear» que es asimismo molestar, importunar, etc. Y ciertamente el que busca cargos o prebendas u otros frutos que cuelgan de la botánica espesa del Estado es tipo que carga.
Pienso que la voz «cargoherido» merece su acogida para designar a aquellos de nuestros semejantes para quienes el cargo emite brillos especiales, un magnetismo que puede llegar a enloquecer. Suelen ser personas avaras, personas que mantienen la glándula monetaria en permanente estado de secreción.
A la vista de un cargo recién creado o que se ha quedado vacante quedan como petrificados en un instante agobiante que les genera un hormigueo que al tiempo les intranquiliza y les desordena el sistema nervioso.
Todo entonces se vuelve un aquelarre de ansias, un laberinto de angustias, un desasosiego que no hay fármaco que logre embridar.
El cargo, pues, como caricia sabrosa y mimosa. Perfumada como una flor del mal baudeleriana
El «cargoherido», por padecer lo que se conoce como avidez burocrática», tiene codicia de papeleo, de rutinas vacuas y, cuando estas no se presentan con presteza, se vuelve fosco y hosco, incluso esquivo y, en ocasiones extremas, cizañero.
Es el rey de la zalema que es la reverencia o cortesía humilde que se desarrolla o ejecuta en demostración de sumisión y vasallaje.
El cargo como caricia sabrosa
Como se decía en la literatura clásica, suelen «roer los zancajos» que es sinónimo de murmurar o decir maldades del prójimo pues actúan como zancadilla al contrincante, a quien le disputa el cargo.
Para estos desdichados, el cargo, lo estamos viendo, es la fuente Castalia donde abrevan para aplacar su sed inextinguible de gajes y regalías.
De ahí que no se cansen de alimentar pendencias y de instigar porfías.
El cargo, pues, como caricia sabrosa y mimosa. Perfumada como una flor del mal baudeleriana.
Eso sí: cuando consigue el cargo, es ya, por una suerte de transformación sacramental, un ser ameno, que gana en vibraciones positivas y que incluso le vemos dispuesto a protagonizar festejos y algazaras, todo lo contrario a su ser natural que es el cultivo del mutismo bovino, alcancía donde se maceran las ofertas de los cargos más pingües.
En esta era tecnológica ayudaría mucho para el «cargoherido» diseñar una aplicación donde pueda crear decenas, centenares de cargos. Todos virtuales.
Cargos que al fin no serán cargantes.