Una víctima de los nazis, el filólogo Victor Klemperer, es autor de una obra titulada Lingua Tertii Imperii en la que recoge las nuevas palabras, expresiones y locuciones que pusieron en circulación Hitler y su horda para erigir con ellas un sistema político poblado por mentiras, patrañas y venenosas fantasías. Klemperer, explorando y coleccionando, dio a luz así a un material riquísimo pues nada escapaba a sus ojos que conocieron el estremecimiento ante la maldad sin límites y la angustia del terror.
Aunque en España no hemos llegado al límite de ese lenguaje brusco y colérico, lo cierto es que, aplicando el arte de la variación musical, podemos constatar el nacimiento de una Lingua progressionis Hispaniae que se enriquece por días.
Entremos en el diccionario y busquemos la palabra “progresismo”.
Muchos se burlan de ella y explican que se trata de un trampantojo, un ardid astuto para ocultar intereses sucios y ambiciones inmoderadas. Si esto fuera así, el número de rufianes en España sería infinito porque infinito es el número de quienes airean el tal progresismo como la brújula de sus conductas.
Como no podemos estar rodeados de forajidos, creo que estas gentes malpensadas son incapaces de comprender qué es el “progresismo”.
Sería una medida de prudencia que los colegios electorales contaran con un servicio de especialistas –un psiquiatra sería apropiado- para atender los casos más graves de “progresitis”
Procede pues aclararse. El “progresismo” no es una ideología sobre la que se escriben libros de ensayo, el “progresismo” es una pasión que a veces se convierte en una borrachera de tal envergadura que lleva a la urna con un burbujeo íntimo fronterizo con la fiebre.
El “progresismo” es el bienestar, la ilusión – origen del “proyecto ilusionante”-. También un orgullo fino pues quien lo disfruta sabe que se halla en el sitio correcto de la Historia y no perdido y sin norte en alguno de sus parajes descarriados.
Es cierto que existen progresistas que viven en las cercanías de la enfermedad y por eso sería una medida de prudencia que los colegios electorales contaran con un servicio de especialistas –un psiquiatra sería apropiado- para atender los casos más graves de “progresitis” que se presenten entre los ciudadanos en el momento de depositar el voto.
Pues hay sujetos para quienes la selección de la papeleta con las siglas progresistas supone una lujuria tan viva que se derrama en el momento de introducirla por la ranura de la urna. Estamos ante la suprema pasión, ante el arrebato lírico, de ahí que se haya compuesto mucha poesía – con mejor o peor estro- que canta al “progre” en esos instantes de delirio. Y así se dice: “Votante, está linda la urna y el viento lleva esencia sutil de progresismo …”. Y siguen y siguen las estrofas.
Acuden a votar en ayunas
Debo reconocer que estos son casos patológicos pues para los progresistas más comedidos, su voto representa simplemente la alegría de la entrada en el hogar donde moran los buenos, es algo parecido a la comunión que se practicaba antaño en la misa de doce y por esta razón los progresistas acuden a votar en ayunas.
Cuando el progresista es afectuoso, se enternece y atiende al carca con compasión.
Así que deberemos seguir investigando en el diccionario de la Lingua progressionis Hispanae.