Carmen Martínez Castro-El Español
  • El baile chuminero de Lydia Lozano es mucho más respetuoso con el interés público que las estomagantes moralinas de Inchaurrondo, Fortes o Cintora

La familia de la tele, el recuelo de Sálvame que TVE ha pagado a precio de oro con nuestros impuestos, ha caído en desgracia. La carnavalada cutre y deslucida montada para celebrar su estreno en la tele pública ya suscitó los primeros mohines de asquito, luego vino la decepción con los pobres datos de audiencia y finalmente la herejía de enviar una colaboradora del programa al Vaticano precisamente momentos antes de que la fumata blanca anunciara al nuevo Papa.

¡Hasta ahí podíamos llegar! La otra familia de la tele, la de los viernes negros, el soviet informativo, dictó su sentencia contra Belén Esteban y su troupe. Les despachó con un «apártate que me tiznas» y reclamó el monopolio del evento para poder manipularlo políticamente a su antojo sin interferencias de ningún tipo. Había que garantizar desde el primer momento que el nuevo Papa fuera antitrump, ecologista y sucesor de Francisco que no de San Pedro; un campeón del progresismo contra las oscuras fuerzas conservadoras del Vaticano. Y el codazo se justificó en aras de la credibilidad de RTVE, la misma que la del CIS de Tezanos.

Sálvame ha sido un fenómeno en la historia de la tele. Se la inventó Vasile para dejar de pagar indemnizaciones millonarias a los famosos y cubrir horas de programación con coste mínimo. Fue la gallina de los huevos de oro hasta Jorge Javier se la cargó cuando dijo aquello de que era un programa de rojos y maricones. Hoy la fórmula probablemente está agotada pero los gestores de TVE recurrieron a ella para atraer una audiencia se resiste dejarse embaucar con esa indigesta oferta de sanchismo ramplón y militante.

Es evidente que el show de Esteban, Patiño y Matamoros resulta absolutamente inadecuado para albergar la cobertura informativa de un cónclave, pero también para ser la principal apuesta de entretenimiento en una televisión pública. Si esta se mantiene gracias nuestros impuestos no debiera ser para competir en chabacanería trasnochada con las privadas, pero menos aún para convertirse en un instrumento descarado de adoctrinamiento político.

Peor que la chabacanería de barrio resulta la hipocresía de salón; peor que la falta de gusto es la falta de principios y aquí se han puesto a dar lecciones de superioridad moral e intelectual quienes han convertido a la televisión pública en un felpudo de adulación al Gobierno a tiempo completo y, de paso, en una máquina de hacer negocios privados a cuenta del dinero público. Jamás se ha manipulado con tanto descaro y desahogo, pero aún tienen el cuajo de pedir respeto para la audiencia.

Contrataron a Belén Esteban para que su tirón popular legitimara una desvergonzada operación de colonización política. La audiencia que debía aportar La familia de la tele iba a servir para manipular más y mejor en favor de Pedro Sánchez, pero el experimento —la tele mamarracha según certera definición de una de sus protagonistas— no ha prosperado.

La familia de los viernes negros ahora condena a La familia de la tele, pero el baile chuminero de Lydia Lozano es mucho más respetuoso con el interés público que las estomagantes moralinas de Inchaurrondo, Fortes o Cintora al servicio de Pedro Sánchez.