- De los cachos de soberanía que se va vendiendo hacen acopio sus chantajistas, delincuentes con partidos políticos que dan la mayoría. Hace ya mucho que se dejó atrás lo razonablemente negociable en un Estado compuesto
El gran traidor, el gran mentiroso, el gran arrogante se venderá la nación y la soberanía, la fuerza de la ley y la viabilidad de España a trozos hasta que no quede nada. Salvo que se le detenga antes. Lo primero lo saben todos, los que lo deploramos y los que se benefician con la continuidad del régimen. Lo segundo, parar este infernal proceso, solo puede hacerse en las urnas. Pero a condición de que antes se comprendan las dimensiones del asunto, de la amenaza, y de que se actúe en consecuencia también antes de la hora de votar. Y la única manera de actuar en consecuencia con un autócrata peligroso y patético (chulito dentro, nulo fuera) es tratarle como tal. Cualquier equívoco al respecto es fatal. Quienes lo sigan señalando como el dictadorzuelo inmoral, nepotista y falsario que es solamente en los momentos en que se produce la enajenación de lo que es nuestro y sagrado, procurándole en los ínterin las formas habituales de relación propias de un país normal en una etapa normal, contribuirán a la liquidación de España.
Liquidar España no se hace en un día. Si así fuera, el canalla ya lo habría hecho. Desmontar la cohesión de una vieja nación toma su tiempo, y estoy dispuesto a aceptar que, en la mente del ignaro presidente, el horizonte de nuestra disolución ni siquiera se contemple. Aterrizó hace seis años en la cima de una estructura largamente construida, llena de equilibrios, historia, tecnicismos, cuerpos de élite, tradiciones, usos y costumbres… y un Estado que se comporta financieramente como un obeso mórbido. Allí subido se dijo que podía cambiar fichas de poder legítimo, fichas que son de otros, de todos, nuestras, por poder personal, por permanencia en el cargo y por control del BOE. De los cachos de soberanía que se va vendiendo hacen acopio sus chantajistas, delincuentes con partidos políticos que dan la mayoría. Hace ya mucho que se dejó atrás lo razonablemente negociable en un Estado compuesto. Y cuando digo mucho me refiero a los momentos anteriores al pacto del Majestic, con Aznar eliminando la mili y regalando los puertos.
Hay una negligencia terrible en las dejaciones de los dos partidos de turno que se puede reconducir a una renuncia cultural. De eso me he cansado de hablar y de escribir. La inmersión se ha impuesto contra las sentencias judiciales, y ni PSOE ni PP han movido un dedo para detener la aculturación de la gran mayoría de los catalanes, castellanoparlantes de primera o única lengua. La desaparición de España, su borrado en el mejor de los casos y su demonización en el peor, ha sido rematadamente fácil por la misma razón. Los separatas saben cómo amenazar, como acosar y cómo reventarte la tranquilidad. Pero lo que se podía luchar en una guerra cultural, de ideas, está muerto. Solo unos cuantos quisimos pelearlo, pero la mayoría de los afectados por el tratamiento pujolista (el andaluz no tiene alma y hay que darle una) están encantados.