Resulta básico preguntarse por el orden social que queremos mantener y, por supuesto, actuar luego en consecuencia y en la medida de nuestras posibilidades. La sociedad democrática y social funciona como tal gracias a miles de trabajadores invisibles, cuya competencia, honradez y abnegación acostumbran a pasar desapercibidas para el conjunto de la ciudadanía, que da su hacer por descontado. La sociedad padece la desconexión de la gratitud, que es una falta de conciencia y de reconocimiento que se traduce en desidia, tedio e indiferencia; actitudes que son corrosivas. Los trabajadores invisibles y benéficos están en la medicina, en la policía y cuerpos de seguridad, en las administraciones, en la hostelería, en el comercio y en el transporte, entre los repartidores y entre los profesores, en el cine y en los espectáculos, en los diarios y en las editoriales, entre los fontaneros y los operarios de todo tipo, en los mercados, entre quienes limpian, asean y atienden. Por supuesto, sin olvidar a quienes viven ‘lejos’ de las urbes, en zonas rurales.
Ahora bien, la militancia democrática es otra cosa que militar en un partido, su carencia, o tenerla en modo pasivo, desactiva la común condición de ciudadanos e impide cuestionar siquiera comportamientos dañinos por la opresión e intolerancia que despliegan; con frecuencia se decide no contradecir la voz que manda para no complicarse la vida, convirtiéndose así en súbdito de un Régimen.
El periodista estadounidense-israelí Eyal Press, colaborador de The New Yorker y The New York Times, ha escrito Trabajo sucio (Capitán Swing), un libro que aborda la idea de los daños morales que puede originar una tarea o encargo profesional. Hay trabajos que presentan dilemas éticos cuando se cometen atrocidades que, de facto, se aprueban mirando a otro lado y con el anonimato de los ejecutores. No todos los trabajadores sucios creen que lo que están haciendo esté mal, sino que incluso disfrutan con lo que hacen. Pero, “muchos –señala Press- se sienten atrapados por lo que hacen, se aferran a su trabajo para poder llegar a fin de mes y no tienen ninguna alternativa”; se precisan habilidades y formación para poder dejarlo. ¿Cómo superar esta clase de incapacidad en gente con circunstancias desfavorables?
Tenemos, asimismo, centenares de miles de personas con enfermedades mentales que les imposibilitan trabajar y que andan abandonadas por las calles. O las personas ‘sin papeles’, en la sombra y subcontratados. Press alude también a las granjas avícolas, a sus trabajadores esenciales en los mataderos, un trabajo sucio que tiene enfrente a consumidores éticos y virtuosos que se interesan sobremanera por el bienestar de los animales de la cadena alimenticia y exigen que la ternera y el pollo lleven etiquetas de criado en libertad y bienestar animal, mientras que hacen caso omiso al bienestar de los trabajadores, de quienes las etiquetas no dicen nada.
Eyal Press se fija asimismo en la población estadounidense encarcelada, que, según informes del Departamento de Justicia de los Estados Unidos, sufre un maltrato habitual que no enciende ningún debate social, sino que suscita bostezos ciudadanos; a pesar de que financian como contribuyentes las cárceles públicas. Se generaliza la idea de que los delincuentes y los marginados sociales merecen ser tratados con dureza, en medio de hacinamiento y suciedad e incluso con castigos corporales. Abusos de poder que dañan a los encarcelados, pero también a quienes los vigilan y se sienten urgidos a olvidar la condición personal de sus custodiados, y a ocultar lo que puedan llegar a sentir cuando se conoce a las víctimas de humillación y violencia. Press alude también a celdas donde se instala la vejación por sistema, como las de Abu Ghraib.
Otra cosa son los soldados del joystick, donde la distancia y la tecnología difuminan la responsabilidad de la muerte de inocentes, presentadas como efectos ‘colaterales’ y no deseados de su violencia ejercida. Estas acciones salpican a los propios agresores, con niveles altos de trastorno cuando conocen a las víctimas o bien con una engañosa conciencia de tranquilidad e impunidad tras justificar sus actos contra el enemigo. No se puede evitar distinguir entre las intenciones que se declaran y el comportamiento real.
El psiquiatra Robert Jay Lifton escribió hace medio siglo Home from the War (‘De vuelta a casa tras la guerra’) un detenido estudio sobre los veteranos del Vietnam, descatalogados como ejecutores o víctimas, pero sometidos a presiones, miedos y a una fragmentación psíquica. Análisis de escenas y crímenes de guerra vividos con sentimientos de irrealidad y culpa, que desembocan en trastornos de estrés postraumático grave. Al fondo de la escena bullen despilfarros de recursos en favor de contratistas que se benefician de que la guerra se perpetúe.