Cristian Campos-El Español

Hagan la prueba. Pregúntenle a sus amigos si creen posible que exista una mujer incel (acrónimo de ‘célibe involuntario’ en inglés, personas tan poco atractivas para el sexo contrario que parecen condenadas a una eterna virginidad).

Casi nadie cree que pueda existir una mujer incel (una ‘femcel’). En parte por ese lugar común que dice que cualquier mujer puede conseguir sexo si realmente lo desea.

El prejuicio no sólo es falso, sino también ofensivo. Verdaderamente ofensivo, ahora que vivimos sepultados bajo una montaña de ofensas imaginarias y/o irrelevantes.

Porque al fondo de la idea de que las mujeres pueden tener sexo cuando lo deseen subyace la idea de que siempre habrá un hombre lo suficientemente desesperado como para encamarse con cualquier mujer. La realidad es que nadie tendría sexo con cualquiera. Hay personas que, literalmente, no le gustan a nadie. Y ese ‘nadie’ incluye a muchas personas del sexo opuesto que tampoco le gustan a nadie.

Con algo más de acierto, creemos que no pueden existir femcels porque así lo dice la ciencia. Pero lo que dice la ciencia no es que no existan femcels, sino que los incentivos y las estrategias sexuales de hombres y mujeres son tan desiguales que las distribuciones de machos exitosos y de hembras exitosas son radicalmente diferentes.

Mientras los hombres parecen competir en un juego de suma cero (los machos exitosos tienen mucho sexo y los menos exitosos tienen muy poco o ningún sexo), las mujeres juegan una partida en la que casi todas ganan.

El ‘casi’ en este caso es importante. Proporcionalmente hay muchas menos femcels que incels, pero haberlas haylas.

En ellas, en fin, no parece haber mucha diferencia entre las hembras más exitosas y las menos exitosas. La mayoría de las mujeres, por término general, tiene más o menos la misma cantidad de sexo y de parejas a lo largo de su vida. Es más, la mujer más exitosa tiene, por término general, menos parejas sexuales que el hombre más exitoso. Como en otros aspectos del comportamiento humano estudiado por la ciencia, ellos suelen agolparse en los extremos y ellas, en la media.

Pero, una vez más. ‘La mayoría de las mujeres’ no quiere decir ‘todas las mujeres’.

Y quizá por eso el año pasado se puso de moda el término femcel, la contrapartida femenina del incel. Es decir, mujeres tan poco atractivas para los hombres que, probablemente, llegarán a la vejez sin haber tenido una sola pareja sexual en su vida.

En este artículo de la revista Unherd la autora da su punto de vista sobre las femcel. Este de la revista i-D recopila los referentes estéticos y culturales de las femcel. Este de la revista Huckmag informa sobre cuáles son los foros donde se reúnen las femcel para descargar su furia contra la dura realidad de la selección sexual.

Hasta aquí la realidad objetiva sobre incels y femcels.

Más allá de este punto se encuentra la política, que dice que los incel son en realidad machistas resentidos de ultraderecha y que su falta de sexo no se debe a su falta de atractivo, sino a su odio hacia las mujeres.

Esto lo dice al menos una parte del feminismo y, obviamente, es falso. Sean o no de ultraderecha, y es cierto que el celibato involuntario ha sido adoptado como marca de fábrica entre algunos grupúsculos de la derecha alternativa estadounidense, la condición del incel siempre es previa al posicionamiento ideológico de ese incel.

Más lógico es pensar que al menos una parte de esos incel han acabado en la ultraderecha no tanto por convicción ideológica como por resentimiento personal. Porque ser rechazado por todas las mujeres debe de ser un detonante fenomenal para la misoginia, como en sentido contrario debe de ser un detonante fenomenal de la misandria ser rechazada por todos los hombres. Esos hombres que, como dice el tópico, «se encamarían con cualquiera». Al menos al incel le cabe el consuelo de que ellas «son mucho más selectivas que los hombres». Pero ser rechazado por aquellos especímenes que presuntamente carecen de filtro debe de arruinar la autoestima de cualquiera.

Pero, volviendo a lo mollar.

La condición de incel es previa a cualquier tipo de maquillaje social o ideológico que se le aplique al individuo en cuestión. Porque una leve capa de adoctrinamiento no es rival contra decenas de miles de millones de evolución. Los humanos no somos feministas y ‘aliades’, sino simios, y nuestros incentivos sexuales están mucho más cerca de los de un Sahelanthropus tchadensis que de los que se le suponen, por poner un estúpido ejemplo, a Harry Styles.

Y aquí viene la píldora de realidad.

Harry Styles no es más que un Sahelanthropus tchadensis levemente evolucionado fingiendo ser Harry Styles.

La sospecha hoy es que al menos una parte de las angustias existenciales, saludes mentales e insatisfacciones vitales del hombre contemporáneo, tan glosadas por poetas, políticos y científicos, no son más que el resultado del desajuste entre nuestra naturaleza animal y unas normas sociales que la niegan y la apisonan bajo una pesada capa de mugre ideológica. Mugre ideológica, en realidad pura ingeniería social, mucho más irracional que esa naturaleza animal que se pretende corregir con leyes (como quien se obstina en detener un tsunami poniendo papel secante en la arena de la playa).

Las femcel se reunían hasta hace poco en un foro de internet llamado ThePinkPill en referencia a esa pastilla rosa imaginaria que llevaría a estas mujeres a escapar de ese Matrix social que dice que «ellas pueden tener sexo con cualquiera» y a asumir, en consecuencia, su dura realidad: la de que jamás le gustarán a ningún hombre.

El foro está hoy cerrado, probablemente por las mismas razones por las que las femcel originarias fueron expulsadas del foro Reddit. Digamos, para no alargarnos demasiado, que el odio de las femcel contra los hombres en los chats de Reddit sólo era superado por el que esas mismas femcel sentían por las mujeres que sí disfrutan de libre acceso al sexo masculino. La falta de sexo no suele suavizar el carácter de nadie.

A raíz de la popularización del término ha brotado una estética femcel. Chicas que fingen ser femcel sin serlo (parte de la gracia del asunto está en que muchas de ellas son objetivamente atractivas) y que adoptan parte de los rasgos que se le suponen a las verdaderas: dormitorios-leonera propios de una víctima del síndrome de Diógenes, una higiene personal muy mejorable, un feminismo extremo compatible con el odio hacia el resto de las mujeres, misandria radical y gustos culturales de letraherida socialmente inadaptada: Sylvia PlathMitski, el monólogo de la ‘chica cool’ de Gone Girl y, en general, cualquier expresión cultural que se regodee en la melancolía narcisista.

Pero ¿existen las femcel más allá de los rincones más tóxicos de internet?

Todos conocemos a alguna sospechosa, aunque es más probable aún que por cada presunta femcel conozcamos a diez incel confirmados.

La percepción en mi entorno social es más bien la contraria. Más allá de los incel y las femcel, casi todos aquellos con los que he hablado de este tema coinciden en que la despreocupación con la que se conduce hoy un chico de éxito medio, hasta el punto de permitirse el lujo de rechazar a chicas que en una hipotética escala objetiva de atractivo deberían estar muy lejos de su alcance, contrasta con las inseguridades de ellas, aplastadas por prejuicios ideológicos que les dicen cómo comportarse y qué desear para esquivar unas presuntas imposiciones heteropatriarcales que no han existido jamás tal y como ellas las imaginan o que han sido mucho más leves que las asfixiantes presiones teóricamente progresistas por las que han sido sustituidas.

Quizá, como explica la feminista Louise Perry en su libro The Case Against the Sexual Revolution (Juicio a la revolución sexual en español), la liberación sexual femenina haya alejado a las mujeres de su naturaleza y liberado en cambio a los hombres dándoles todo aquello que estos más pueden desear: el triunfo de la idea de que el sexo es una interacción social irrelevante que sólo adquiere trascendencia si ambos miembros de la pareja, pero especialmente la mujer, deciden otorgársela tras un análisis estrictamente racional y no emocional de sus conveniencias personales del momento.

Es decir, el triunfo de la idea de que el deseo sexual de hombres y mujeres es idéntico y coincide, casualmente, con el que históricamente se ha asociado al hombre.

Ellos, encantados con la idea, claro. Ellas van comprobando poco a poco que no tanto.

Pero ese, el del cómo los hombres han salido victoriosos de la revolución sexual femenina mientras ellas les hacían el trabajo sucio repudiando todas aquellas reglas del juego que les habían permitido siempre defender sus intereses en el mercado del sexo, es tema para otro artículo.