KEPA AULESTIA-EL CORREO

  • En tres días Pedro Sánchez ha conseguido ocupar simbólicamente el espacio de Yolanda Díaz, y asegurar con el PP las estachas atlantistas de España

La dimisión de Mario Draghi, impedida por el presidente de la República italiana, Sergio Mattarella, hasta que demuestre que no cuenta con el favor parlamentario, revela hasta qué punto la guerra de Putin en todos los frentes puede afectar a la estabilidad de las democracias europeas. Cabe preguntarse qué hubiera pasado en nuestro país si Unidas Podemos hubiese optado por hacer ‘casus belli’ del envío de armas a Ucrania, de cumplir el compromiso presupuestario con la OTAN e incrementar la presencia estadounidense en Rota. Y que además la izquierda de la izquierda hubiera rechazado por tibias e injustas las medidas anticrisis de primera y segunda ronda. Es posible que Pedro Sánchez no se hubiese visto obligado a disolver inmediatamente las cámaras para convocar elecciones. Que, empujado por las circunstancias, se habría atrevido a intentar aliarse con el PP y con Ciudadanos para sortear el trance de la inflación cargando sobre Unidas Podemos todas las culpas.

Nunca lo sabremos. Los deseosos de ver a los morados abandonar el Gobierno seguirán frustrándose. En tan solo tres días de debate de la nación Sánchez ha conseguido ocupar simbólicamente el espacio de Yolanda Díaz, mientras recababa los votos del PP para asegurar las estachas atlantistas de España. Aunque los anuncios del martes ante el Congreso acaben en poco o nada -en poco de ayuda social frente al oleaje inflacionista, y en nada al pretender trasladar al BOE el concepto mismo de «beneficios extraordinarios» a cuenta del IPC y de las decisiones del BCE- la maniobra del capitán Sánchez ha desencallado al PSOE por puro alivio. Al fin y al cabo solo se trata de llegar a la orilla de la legislatura. En ese sentido tanto la política de gobierno como la política de oposición se muestran consecuentes con el sentir de una amplia mayoría de personas, familias y empresas. No cabe pensar en otra meta. Llegar a la orilla. Aunque en el foro público se alcen voces de tono épico, su común denominador es que no obedecen a más ambición que esa. Poder dar unas últimas brazadas, esforzándose en disimular que no son seres acuáticos, aunque tampoco les baste con surfear. Sacar medio cuerpo de ventaja en un naufragio general.

Ayer Pere Aragonès arribó al muelle de La Moncloa con el propósito de dejar atrás a Junts. Pero concediendo al presidente Sánchez una oportunidad más para que el PSC de Salvador Illa se libre definitivamente del cerco independentista y recupere diputados en el Congreso. El «acuerdo metodológico para reforzar el proceso de negociación» establece, en realidad, el compromiso de seguir costeando de cala en cala -la próxima, Mesa de Diálogo a finales de mes- hasta que Aragonès se decida a convocar autonómicas sobre un mapa cambiante en la propia Cataluña. Se trata de llegar a la orilla, sin saber exactamente a cuál.