Diego Carcedo-El Correo

  • Trump accedió al poder universal casi supremo en la intimidad del Capitolio

Cuando éramos niños y hacíamos travesuras, en mi caso bastante frecuente, se nos amenazaba con el Coco, aquel hombrón de ojos gigantescos y mucho pelo, que aparecería en cualquier momento de regañina para castigarnos. Después de muchos años en el olvido, lo he recordado estos días pasados cuando empezó a meternos miedo el regreso de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos. Nunca alguien, desde los recuerdos de Hitler, Stalin, y Franco a los españoles, nadie nos había atemorizado tanto.

Pues al coco del ya entrado siglo XXI lo tenemos sentado en el Despacho Oval de la Casa Blanca de Washington, sin bastón de mando porque allí no se llevan, pero si con todo el poder de decidir, ordenar y manda sobre lo divino y sobre todo de lo humano. Basta que encargue redactar una orden ejecutiva, lo que en España más modestamente llamamos decreto, para que el mundo, ya muy tenso y dividido, estalle en llamas, que en un momento sin molestarse en reflexionar apriete un botón — algo que sólo él tiene en sus manos — y estallen por ahí unas cuantas bombas atómicas que nos obliguen a correr a los servicios higiénicos muertos anticipadamente de miedo.

Conozco a personas cultas y sensatas que no comparten tanto temor y argumentan que por mucho de lo que sería capaz es de mandar no construir campos de exterminio como Auschwitz y mandar a la cámara de gas a quienes por su color, cultura o religión no le caigan bien. En absoluto, siempre tendrá a su alrededor colaboradores sensatos ocultándole escritos inapropiados que él ordenó para que se olvide de firmarlos y no se ejecuten, como hacía en su anterior mandato. En fin, esperar y ver si realmente quiere y puede acabar con los conflictos abiertos o futuros, entre tanto, incrementar el patrimonio propio y el de sus amigos ya multimillonarios.

Trump, que accedió al poder universal casi supremo en la intimidad del Capitolio –que por cierto, los suyos intentaron asaltar en un conato de golpe de Estado –, tendrá que soportar el estigma de delincuente, concedido por los tribunales de Justicia ajenos al ‘lawfare’ y aprovechar los ratos libres para, dentro de cuatro años, enfrentarse a las decenas de demandas que aún le esperan. Mientras, a ver si la gente se equivoca y el nuevo Presidente deja de decir barbaridades, como la de comprar esa finca inmensa llamada Groenlandia y intentar incrementar su imperio con la anexión de la vecina Canadá.

Para empezar su toma de posesión le ha revelado que su voluntad no es absoluta. La meteorología le privó de disfrutar apenas de una ceremonia casi privada en los salones de las cámaras desde donde predicó su sermón grandilocuente y amenazante, sin poder contemplar lo que quizás más le enorgullecería: el desfile oficial por la avenida Pensilvania hasta su nueva residencia. El frio no parece gustarle, por eso pasa mucho tiempo en Florida, y esta vez no podría exhibir ante el mundo su reconquista, los más de veinte grados bajo cero que le acogieron el día de su mayor gloria le frustraron sencillamente porque se helaban los caballos. El Coco amenaza, pero también tiene momentos de mala suerte.