Irene González-Vozpópuli

Alemania es un país prácticamente destruido por fases, sin descanso y en todos los ámbitos

Ya se asume con normalidad incluso por los afectados de la Unión de Repúblicas Democráticas Europeas que ilegalizar a la oposición contraria a la agenda globalista es un ejercicio democrático saludable, como diría Pablo Iglesias II, el tabernero. Para ser honestos, a nadie que entienda el mundo de hoy nos puede sorprender lo que sucede en Europa. Ante el mayor proceso deconstructivista de sumisión, empobrecimiento y erradicación de toda identidad de los europeos era natural y esperable que surgiesen movimientos de resistencia a su propia destrucción. Ese instinto de supervivencia que se percibe en personas moral e intelectualmente vivas y conscientes forman el bloque de la “extrema derecha”, según lo ha denominado el poder. Por tanto, si éste tiene realmente el carácter tiránico detrás de la fachada de una falsa democracia y un cruel buenismo que denuncian los disidentes, es natural que haga todo lo posible para mantener el poder y llevar a cabo su proyecto deshumanizador, incluso mentir y criminalizar la disidencia en nombre de la democracia. Y cosas peores, pregunten a Trump o a Fico. Esta lucha, que no es meramente ideológica ni cultural, es la guerra civilizacional que libramos que nos han declarado nuestros dirigentes contra nuestra supervivencia.

Alemania es un país prácticamente destruido por fases, sin descanso y en todos los ámbitos. Cuando llegó la segunda oleada de inmigración islámica, sirios, afganos, iraquíes (gracias a la democristiana Merkel) y la inseguridad se extendía por las calles mientras se callaba por los medios de comunicación, ¿qué esperaban que hiciesen quienes no quieren perderlo todo? Cuando en nombre de la transición verde destruyeron las granjas o su industria automovilística. Cuando volvieron a levantar un muro en Europa tras la voladura del Nordstream II y calló sumisa la casta política alemana aceptando la desindustrialización por falta de suministro energético barato, ¿no esperaban que hubiese personas impermeables a las evidentes y desquiciadas mentiras y decidiesen plantear un cambio de rumbo? Claro que esperaban una reacción, un movimiento, pero no que fuese tan numeroso e irreversible, porque el que conoce la verdad no vuelve a las vacías palabras que en nombre de la democracia y la libertad sólo consiguen sumisión y tiranía.

Alternativa por Alemania, con todos los defectos que puede tener el partido político, obtuvo once millones de votos en las elecciones de marzo de 2025, casi un 21 % del voto, el doble que en las anteriores elecciones. Durante estos años han sido feroces las acusaciones para sacarlo del tablero político. Primero a nivel de relato llamándoles desde nazis a putinistas para ahuyentar a los votantes “moderados”, los domados, que aceptan tener atentados de islámicos semanalmente mientras van al trabajo en bici en lenguaje inclusivo y creen que el peligro de Alemania es la “extrema derecha”. Como ese relato desde la política, los medios y la educación progre llega hasta un punto y AfD crecía más, pasaron a la siguiente fase para iniciar su ilegalización desde las instituciones que dirige la oligarquía desvinculada de los ciudadanos. Después de varios años de seguimiento y un informe de más de 1.000 páginas, la Oficina Federal para la Protección de la Constitución, un órgano lleno de progresistas alemanes, acaba de catalogar a AfD como “asociación de extrema derecha que representa un peligro para el orden constitucional alemán”, lo que permitirá la escucha secreta de sus comunicaciones o el pago de informantes dentro del partido. El paso previo a su ilegalización. La fundamentación tras varios años de seguimiento y un informe de más de 1.000 páginas se reduce a que sus declaraciones anti-inmigración “devalúa a grupos enteros y viola su dignidad humana (verbalmente)”. La denigración de las mujeres y homosexuales efectuada por imanes en Alemania no tiene importancia para estas instituciones “democráticas” que dicen defender los derechos humanos de todos, menos de las víctimas de la multiculturalidad.

Esta lucha, que no es meramente ideológica ni cultural, es la guerra civilizacional que libramos que nos han declarado nuestros dirigentes contra nuestra supervivencia

El objetivo de la democracia en Alemania no es defender la Constitución alemana. Ésta la cambiaron de forma espuria los democristianos y socialistas junto a los verdes con un parlamento saliente en marzo. Así, sin legitimidad democrática al perder la mayoría de dos tercios, eliminaron el límite de endeudamiento para gasto militar y la protección del clima. No parece que la casta política alemana trabaje para proteger la Constitución y los derechos humanos de la peligrosa extrema derecha, sino para proteger los intereses de sus dueños, de los lobbies de la industria militar y climática. Para eso el delegado de Black Rock Friedrich Merz fue destinado a la cancillería de Alemania, no para defender la democracia.

No se busca la defensa del Estado de derecho, la democracia o los derechos humanos, sino garantizar que la erradicación de la verdad, de la conciencia del bien común y la identidad de las distintas naciones europeas queda enterrada en toneladas de multiculturalidad islámica. Acaso no son éstas peligrosas para la democracia, el Estado de derecho y los Derechos Humanos?

Se estigmatiza decir la verdad para que quienes nos han llevado a la destrucción eleven sus dioses estatales, de oligarquías sin patria, o traidoras a ella, para perseguir e ilegalizar un partido político que denuncie las consecuencias insostenibles de los procesos de inmigración masiva. Pasará en España e intentarán ilegalizar a VOX y el PP hará lo mismo que en Alemania.