Isabel San Sebastián-ABC

  • El caudillo socialista no consigue doblegar ni a los jueces ni a la prensa libre. La democracia resiste

Por mucho que finja ofenderse Pedro Sánchez cuando se le menciona la cuestión; por más que insulte nuestra inteligencia asegurando que el comportamiento de su esposa siempre ha sido intachable, lo cierto es que su fulgurante ascenso profesional desde que él se aupó al poder no solo resulta ser escandaloso en lo político e indecoroso en lo estético, sino posiblemente ilegal. Veremos cómo se resuelve finalmente ese recurso aparcado ‘in extremis’ por la Audiencia provincial de Madrid, que pretende liquidar la investigación del juez Peinado convirtiendo a la Fiscalía del Estado en abogada defensora de la encausada, pero sea cual sea su veredicto, lo de Begoña apesta. Y antes o después el hedor tendrá su reflejo en las urnas.

Soy de las que piensa que las parejas de los altos cargos deberían estar sujetas a un código de conducta estricto, delimitado por la ley. En un país de moral pública tan laxa como España no puede delegarse en la conciencia individual la interpretación de lo que es lícito o ilícito en términos de aprovechamiento personal de la influencia que otorgan ciertos puestos de responsabilidad, porque a la vista está la laxitud con la que algunos juzgan tan espinoso asunto. A la mujer de Sánchez le pareció natural citar al rector de la Complutense en la Moncloa para pedirle una cátedra y un máster, sin tener siquiera una licenciatura, registrar a su nombre un ‘software’ elaborado gratis total por tres grandes tecnológicas para la universidad y, tras obtener el patrocinio de su amigo Barrabés, escribir cartas de recomendación destinadas a avalarle en varios concursos públicos. El marido de Begoña, a su vez, no vio impedimento en que su Gobierno otorgara contratos millonarios al recomendado de su cónyuge, con quien aseguró ante el magistrado no mantener relación alguna a pesar de conocerlo desde hace años. Es sólo una pieza suelta del gran puzzle que trata de recomponer la justicia, aunque basta para ilustrar la desvergüenza del matrimonio a la hora de diferenciar el interés general del suyo particular. Ninguno de sus predecesores en el palacio gubernamental osó jamás aprovechar de manera tan burda su posición. Ninguna «señora de» recurrió con tal desfachatez al «por ser yo quien soy». Teniendo en cuenta que llegaron hasta donde están enarbolando los estandartes del feminismo y la lucha contra la corrupción, hay que tener los rostros de cemento armado, además de un profundo desprecio por quienes pagamos su sueldo, sus vacaciones y el Falcon.

Mientras la Audiencia madrileña reúne la documentación que le falta para avalar o no la actuación de Peinado, quien continúa trabajando bajo una presión inicua, el Supremo ha rechazado amnistiar el delito de malversación por el que fueron condenados Junqueras y otros golpistas. A pesar de su juego sucio, el caudillo socialista no consigue doblegar ni a los jueces ni a la prensa libre. La democracia resiste.