Álvaro Nito-Vozpópuli
La UE quiere reforzar la parte más ortodoxa del Gobierno frente al creciente poder de Pablo Iglesias, pero también debilitar la posición negociadora de España para cuando haya que hablar del rescate
Puede parecer exagerado, pero el futuro de la economía española depende del éxito que obtenga Nadia Calviño en su candidatura a la presidencia del Eurogrupo, el sanedrín que agrupa a los 19 ministros de Economía de los países que comparten el euro.
Calviño siempre fue la coartada ortodoxa que Pedro Sánchez introdujo en su Gobierno para calmar a los mercados. Una burócrata llegada de Bruselas, como en su día hizo José Luis Rodríguez Zapatero con Pedro Solbes, comisario europeo hasta que le hicieron ministro de Economía.
Asqueada por su escaso peso e influencia en el Ejecutivo, Calviño estuvo a punto de tirar la toalla antes de las elecciones de noviembre de 2019, pero Sánchez le tendió una trampa ofreciéndole ser vicepresidenta. Ella aceptó sin saber que habría cuatro vicepresidentes y que su poder, lejos de acrecentarse, estaría subordinado ni más ni menos que al de Pablo Iglesias, socio de Gobierno de Sánchez y número dos del Ejecutivo a todos los efectos.
El día que Sánchez pactó con Bildu la derogación íntegra de la reforma laboral, Calviño tuvo su enésimo ataque de ira, y a punto estuvo de renunciar, pero al final aguantó gracias al apoyo de buena parte del empresariado español, que le ve como el único dique de contención frente a las políticas radicales de una parte del Ejecutivo.
Curiosamente, la retirada del portugués Mario Centeno de la presidencia del Eurogrupo ofrece a Sánchez una oportunidad de oro para retener a Calviño en su Gobierno. La vicepresidenta, que es funcionaria europea de carrera y se maneja a las mil maravillas en Bruselas, tiene en la presidencia del Eurogrupo un puesto que se ajusta a su perfil como anillo al dedo. Por tanto, si Calviño gana ese cargo, Sánchez habrá conseguido disipar para mucho tiempo cualquier sombra de duda sobre la continuidad de la vicepresidenta en el Ejecutivo, puesto que para ser presidenta de ese órgano hay que ser también ministra de Economía.
Un regalo envenenado
El problema para Sánchez es que él sabe perfectamente que ese nombramiento tiene dos consecuencias directas, que no acaban de encajarle en sus planes. La primera de ellas es la más obvia. Poner a Calviño de presidenta del Eurogrupo es la manera que tiene la UE de respaldar al ala más ortodoxa del Gobierno en un momento en el que preocupa sobremanera el devenir de la cuarta economía de la Eurozona.
En estos primeros seis meses de Gobierno de coalición, Sánchez ha tenido siempre buenas palabras para Calviño, pero a la hora de la verdad con quien negocia las cuestiones económicas más importantes es con Iglesias. Así se pergeñó el famoso acuerdo con Bildu, el paquete de ayudas económicas frente a la covid (el dichoso escudo social en el argot de Iglesias) o el reciente Ingreso Mínimo Vital. Por ello, entre un vicepresidente con poder pero sin conocimientos económicos y una vicepresidenta con cabeza y oficio, la UE estaría tomando claramente partido por ella.
Y la segunda consecuencia, y quizás la que menos gusta a Sánchez, es que el hecho de que la ministra española ocupe la presidencia del Eurogrupo perjudica notablemente la posición negociadora de España a partir de ahora. El presidente del Eurogrupo tiene como misión ser el árbitro de las reuniones, fraguar consensos y buscar soluciones de compromiso. Si Calviño quiere cumplir ese papel, difícilmente podrá a la vez negociar a cara de perro un buen acuerdo de rescate o, si la cosa se complica, vetar durante horas/días cualquier propuesta que no se considere beneficiosa para los intereses de España.
Por tanto, si Sánchez quiere pelear que el rescate europeo le salga como él desea, es decir, prontito, cuantioso y sin ninguna condicionalidad, lo peor que puede hacer es aupar a Calviño a la presidencia del Eurogrupo. De ahí que el presidente tenga estos días dudas sobre qué hacer, porque le mosquea profundamente que la candidatura de Calviño cuente con tantos apoyos de inicio, especialmente de Alemania, cuando es un hecho que el propio Sánchez es visto con gran recelo por las principales capitales del continente.
Con Calviño será más fácil imponerle a España las reformas que vienen: aumento del IVA, peajes en las autovías, bajada del salario de los funcionarios y disminución de las pensiones
Y es que se da por hecho que con Calviño en el Eurogrupo será más fácil para la UE convencer a España de que haga las reformas necesarias en la complicadísima crisis que se avecina, y que pasan fundamentalmente por un aumento significativo del IVA, la instauración de peajes en las autovías, recorte del gasto público, bajada del salario de los funcionarios y disminución de las pensiones. El problema es que Sánchez prefiere que Bruselas financie el coste de la crisis sin tener que asumir esos recortes.
Si finalmente el presidente del Gobierno cede y Calviño se hace con el Eurogrupo, probablemente ello suponga un punto de inflexión en la trayectoria del Ejecutivo. Será la prueba de que Sánchez ha terminado por asumir que no hay más camino que hacer caso a Bruselas y seguir la ortodoxia comunitaria. Si ello sucede, queda la duda de ver qué hará Iglesias. Si tiene principios, tendrá que abandonar el Ejecutivo por pura coherencia. Pero, dado que parece que está aprendiendo rápido a perder los escrúpulos (Galapagar, limitación de salario, puertas giratorias…), no es descabellado pensar que finalmente decida abrir bien la boca y tragarse uno a uno todos los sapos que vengan de Bruselas.