En la calle se conserva la lengua de Boscán, de Balmes o de Carlos Barral. Pero la enseñanza y el mundo oficial están laminando esa lengua. Es una ingente pérdida para Cataluña, por lo menos hasta que no haya escritores catalanes en inglés.
Son muchos los correos en los que se me insiste en que no hay ningún problema lingüístico en Cataluña. Por ejemplo, Eduardo Millán Forn de Barcelona, sostiene que “dicho problema es un invento de los medios”. Vaya por Dios. Pero son todavía más los correos que me aseguran que la situación del idioma castellano en Cataluña es deprimente por el lado oficial. En la calle se conserva la lengua de Boscán, de Balmes o de Carlos Barral. Pero la enseñanza y el mundo oficial están laminando esa lengua. Es una ingente pérdida para Cataluña, por lo menos hasta que no haya escritores catalanes en inglés. Aporto algunos testimonios lacerantes.
Oigo también voces de lo que se llamó “la canción del Duero”, como lamento ahora de la política lingística en Cataluña y el País Vasco. Por ejemplo, la de Javier Bocos Bajo, desde algún lugar de la Ribera del Duero. Se queja de que “Castilla ha sido arrasada”, al igual que decía Julio Senador hace cien años. Añade: “Para mayor escarnio tenemos que aguantar que nos llamen fascistas e imperialistas, y, aparte del insulto, lo único que recibimos es a nuestra buena gente jubilada cuando ya no sirve donde fueron emigrados”.
José María Gracia Sales apunta que en Cataluña la asignatura de Lengua Castellana se da en catalán, pero la de Lengua Inglesa se da en inglés. Añade que es algo que se dice, pero que falta comprobarlo. Si el rumor fuera cierto, el disparate sería mayúsculo.
Juan Carlos Antón, de Madrid, recoge otro rumor, que los estudiantes sometidos a la inmersión lingística (vaya palabrita) en Cataluña no dominan ni el catalán ni el castellano. No le extraña después de haber oído decir a Duran i Lleida en el Congreso que “nos vamos a abstenir”. Y eso que lo leía. Bueno, se trata de una errata, más que de un error. También dijo el mismo diputado lo del “retiro de las tropas”, por la retirada de las mismas. Esa divertida errata me la señala Diego Fuster G. de la Riva.
Ismael Chanción considera, con tristeza, que es irreversible la marginalidad a la que se ve abocada la lengua castellana en Cataluña. Lo que es todavía más triste: “Los no catalanistas de Cataluña no contamos ni siquiera con el consuelo moral de sentir la solidaridad del resto de España”. Por lo menos tiene usted mi apoyo y lo que haga falta. Me consta que no soy yo solo, pero el grito de don Ismael resulta desgarrador.
Albert Sanchís, de Tarragona, aduce que su lengua materna es el catalán porque su madre es catalana (catalanoparlante, supongo). No tiene problemas en dominar también el castellano. Le felicito. Pero reconozca que son muchos los catalanes de lengua materna castellana y que no tienen el derecho de estudiar en esa lengua. Recuerdo lo obvio, que el castellano es la única lengua oficial de toda España. Por otra parte, lo de “lengua materna” hay que entenderlo de una forma amplia, como la lengua que se habla con más frecuencia en el ambiente familiar.
El conflicto lingístico en Cataluña es tal que se da el caso de Jaume Barnola; “Mi manera de no perder el idioma castellano, entre tanta presión política y mediática, ha sido que he decidido pensar en castellano en vez de en catalán, que es mi idioma materno. Llevo ya unos meses en este menester y creo que lo estoy haciendo bastante bien. Así tengo el castellano en el único lugar donde estos inquisidores no pueden llegar: en mi mente”. Es un caso extremo, quizá no aconsejable, pero auténtico. Sin duda ilustra muy bien a qué extremos puede llegar el conflicto al que aludo.
Luis Acebal Alonso hace una observación interesante. Hace unos lustros, las personas que habían emigrado a Cataluña, cuando volvían de visita a su pueblo de origen, dejaban caer algunas palabras en catalán. De esa forma presumían de haberse integrado en Cataluña y de haber ascendido socialmente. Hoy ─sigue mi comunicante─ los catalanes fuera de Cataluña “evitan que se les note”. Si es así, es triste. Lo malo de la inmersión es que la gente puede tener sensación de ahogo.
Me escribe Montse sin apellido identificable. Su lengua materna es la catalana. No es de Esquerra Republicana. Tiene “un sentimiento de apego a Catalunya tranquilo y mesurado”. Pero “cada vez que cae en mis manos un escrito de usted, en el que se refleja un claro resentimiento hacia los catalanes y lo catalán, es como si entrara en mí la vena extremista… El acomplejado es usted… Lo que necesita usted es un psiquiatra”. Mire, doña Montes, sosiéguese. Créame que no tengo ningún resentimiento hacia los catalanes o lo catalán. Lea el capítulo “Mi Barcelona” de mi libro El final del franquismo (Marcial Pons). Luego, júzgueme. ¿Cómo voy a estar resentido contra lo catalán si Cataluña es parte de mi biografía, mi cultura, mi identidad? Ojalá tuviera usted ese mismo sentimiento respecto a Castilla. Lo que me preocupa es que muchos catalanes sufran a causa de la política lingística de la Generalidad. Son principalmente los catalanes de habla castellana, que son muchos. También sufren algunos catalanoparlantes sensibles. Me alegro mucho, doña Montse, de que usted no necesite ir al psiquiatra, a pesar de que no quiera estampar su apellido. Cuando menos se piensa, nos sobresalta un acto fallido.
Amando de Miguel, LIBERTAD DIGITAL, 13/5/2004