Juan Carlos Viloria-El Correo
El PP de Casado se dispone a renunciar a los votantes huidos de Vox
Existen dos versiones para argumentar la defenestración de Cayetana Álvarez de Toledo. La oficial se remite a discrepancias de la portavoz en el Congreso con el presidente del PP, Pablo Casado. La apócrifa relaciona el cese de Cayetana con un cambio en la estrategia política de fondo de los populares a raíz de la mayoría absoluta en Galicia de Núñez Feijóo y el derrumbe de la economía española como efecto de la pandemia. En el fondo, la primera sería una derivación de la segunda. Porque limitar a un problema personal o de autoridad una decisión tan trascendental dejaría a Pablo Casado como un pigmeo de la política sin aptitud para gestionar las diferencias internas, que las hay, en su partido. Y eso le condenaría a medio plazo a contar solo con los fieles, es decir, medio PP. Así que se impone manejar la segunda consideración. Es decir, que con el horizonte del oscuro otoño a la vista y la negociación de los Presupuestos pendiente, el PP de Casado, Cuca Gamarra y Ana Pastor se dispone en primer lugar a renunciar a la lucha por recuperar a los votantes huidos a Vox.
Todo indica que el PP apuesta ahora por jugar el papel de una oposición ‘constructiva’. El éxito de Feijóo en Galicia con un discurso muy medido y nada agresivo hacia Sánchez le ha convertido en el modelo a seguir y ha multiplicado su influencia en Génova. El primer test de la nueva política popular serán los Presupuestos. Con Cayetana al frente del grupo parlamentario sería inviable conducir al PP a posiciones de colaboración con Sánchez e Iglesias. Con Cuca Gamarra a los mandos parece más viable.
Casado y sus más afines habrían aceptado que la confrontación descarnada con los socialistas en medio de la pandemia y con una opinión pública angustiada no les rentabilizaría apoyo en las urnas. Eso por un lado. Por otro, el poder económico no cesa de insistir en que el PP tiene que cooperar en dotar al país de unos Presupuestos «de guerra» y evitar el caos que supondría seguir con los de Montoro.
Pero la operación tiene un serio riesgo porque Galicia sí es España, pero España no es Galicia. Y ahora España no tiene centro político. Y si lo tuviera Sánchez e Iglesias no dejarían que lo ocupara el PP. Sánchez ya se ha adelantado a la jugada de los Presupuestos ofreciendo a Ciudadanos un lugar de privilegio. Puede que el PP llegue tarde a esa ciaboga y el resultado sea que crezca el peso de los barones territoriales en la medida en que se debilita el suyo. Y al final los populares se queden sin proyecto y sin identidad diluidos entre los extremos.