Ion Ansa-El Correo

Sin la obligación de llegar a ser un Richelieu o un Olivares del siglo XXI, todo líder político necesita, de serie, un sentido innato (¿artístico?) de la táctica para hacer avanzar sus posiciones o hacer retroceder las del concurrente. La buena táctica es valiosa, porque cabalga las contradicciones a lomos de la ‘verdad efectual’ maquiavélica, que el maestro florentino acertó a sugerir, en aquella dividida Italia de hace medio milenio, como el sentido último del buen hacer político de todo ‘príncipe’ exitoso: lo que contaría, por encima de toda cuestión, sería el fin, el resultado, lo efectivo. Y ahí es donde toda táctica tendría su valor como medio que se justificaría con el resultado deseado.

Incluso dando el margen del beneficio de todas las dudas al respecto, sería demasiado fácil analizar las innumerables inconsistencias, contradicciones y giros copernicanos que van incluidos en la última propuesta de Gabriel Rufián de hacer de lo que se llama la «izquierda plurinacional» un instrumento electoral único e indivisible, como la España que él mismo ha pretendido romper durante tanto tiempo, sin éxito aparente, al menos por el momento.

La vía de la España unida plurinacionalmente es un proyecto absolutamente legítimo que figuras tan relevantes como Pablo Iglesias han teorizado brillantemente. Otros, como Otegi, han preferido plantear las alianzas tácticas desde una escala propia, en su caso, la vasca, no sin recibir viscerales ataques por parte de los ‘plurinacionalistas’ locales, a veces bajo falsas banderas de cosmopolitismo vintage, todo sea dicho. Y es que una alianza de izquierdas nacionales (vasca, catalana, gallega, españolista, canaria etc.) no es lo mismo que una izquierda plurinacional. Ambas proponen una alternativa a la ola reaccionaria, pero la escala desde la que se construyen es diferente.

Lo que en nombre de «parar a la derecha» Rufián asume es un marco teórico y estratégico de escala española. Si Otegi mantiene su visión tradicional y adapta los medios a los fines, el portavoz de ERC lo que hace es adaptar los fines a los medios. En cambio, el de Iglesias y Otegi es un debate de fondo, muy político en sentido maquiavélico, desde dos visiones que se chocan y se complementan alternativamente: la «España plurinacional» es un escenario deseable para ambos, pero le otorgan un significado diferente. Para Iglesias es un proyecto final, y un Gobierno de izquierda plurinacional supone una «dirección de Estado». Para Otegi es un escenario intermedio, uno de los posibles sin ser el único, y no está interesado en la gobernanza estatal sino instrumentalmente.

Coinciden en la táctica, no en el fin. Conviene tenerlo presente, entre otras cosas, para identificar y desconfiar de aquellos que saltan de una cosa a la otra. Lo que vale, para todo táctico de la política, es el efecto de sus acciones, no las acciones mismas entendidas aisladamente. El resto, incluidas las necesidades afectivas de protagonismo coyuntural, queda al margen de lo puramente político.