IÑAKI ARTETA ORBEA-LA RAZÓN

Cabe preguntarse dónde está alojado el odio ¿quizás en los que aún consideramos a este hombre de ETA un brutal asesino en serie?

En mi tierra vasca se celebraron este fin de semana actos públicos para protestar porque Henri Parot, condenado a casi 4.800 años de cárcel por 39 asesinatos, lleva 31 años preso. Y no hay derecho. «Son movilizaciones en favor de los derechos humanos y una reivindicación contra la cadena perpetua. Nunca dejaremos de defender los derechos humanos de todas las personas y por tanto, también, de las personas privadas de libertad. Lo que pedimos es el fin de la cadena perpetua, imprescindible en la construcción de la convivencia de nuestro país», ha defendido con voz compungida el portavoz del grupo que organiza el acto, Joseba Azkarraga, exconsejero nada menos que de Justicia del Gobierno Vasco.

Cabe preguntarse dónde está alojado el odio ¿quizás en los que aún consideramos a este hombre de ETA un brutal asesino en serie? Pero ¿hay algo peor que el buenismo hipócrita? El Gobierno Vasco es el encargado de extender maravillosas, empalagosas e incontestables propuestas: «La educación para la paz y la convivencia son los instrumentos imprescindibles para avanzar en el camino señalado». Mientras tanto, prepara una ley vasca de Memoria Histórica con el objetivo de la cohesión social, no de señalar a nadie, y otra de «Reconocimiento y Reparación de las Víctimas de Vulneraciones de Derechos Humanos en el Contexto de la Violencia de Motivación Política». Insisten tanto con tanta palabrería mágica que llegará el día en que se les dará por buenos en vez de por cómplices.

Lo dejó dicho Mikel Azurmendi, «la democracia ha legalizado a ETA y ETA ha logrado que su terror sea tratado como un asunto privado entre víctimas y asesinos cuando su terror estuvo dirigido a amedrentar a toda una sociedad con el fin de hacerse con el poder en un Estado soberano vasco».

No hay equiparación posible entre los discursos de nuestros referentes intelectuales y morales, recién fallecidos, Mikel Azurmedi y Joseba Arregi y el discurso mentiroso, entre agresivo y melifluo, de una parte y las actitudes de dejadez de otra, que lamentablemente forman parte de nuestro ecosistema político y social actual.

Ley incumplida

La ley (Código Penal, artículo 578) que impide las bienvenidas a los presos está para no ser cumplida. Y la policía está para los botellones. Ya que no es imprescindible respetar el derecho a la libertad de movimientos (Artículo 19 de la Constitución Española) y se cortan impunemente los accesos a pueblos los fines de semana para evitar que nuestros jóvenes se reúnan para beber, tampoco lo es impedir los homenajes a asesinos. Ni la Fiscalía, ni el Delegado de Gobierno, ni los Gobiernos vasco y español, observan nada que merezca especial interpretación de la ley.

Como esos presos tienen familia y amigos, niños y niñas, y perritos a los que adoran, se nos propone la golosa trampa de que nos sintamos buenos tolerando la llegada de esos pobres hombres a los que el Estado Español ha estado castigando por encima de sus posibilidades. Solo hay que asumir su llegada sin aspavientos y considerar su recibimiento como una muestra de amor y amistad de la buena gente del pueblo. Ya fuimos buena gente tolerando que nos mataran sin corresponderles de la misma manera. Fuimos demasiado buena gente no crispando apenas la convivencia en los tiempos del terror. Somos santos en esta nuestra Comunidad donde no faltan curas bendiciendo a los asesinos. Somos el pueblo de los santos del silencio, de los pacientes fajadores de todo tipo de golpes, siempre y cuando procedan del nacionalismo.

Se nos está pasando el tiempo de mostrar el coraje cívico y político que aún se merecen las víctimas. Y no nos engañemos, estos actos son la culminación de ese final pactado e indigno (sucio) del terrorismo del que hemos sido testigos impasibles. Pero ya pronto se terminará el problema: no habrá presos de ETA en las cárceles. Y un poco más adelante en el tiempo aparecerán las dudas sobre si algo de “aquello”, de aquel terror, existió realmente.

Al asentamiento de justificaciones morales, patrióticas, redentoras, por una parte, añadamos las puertas abiertas a falsas concordias y los indecentes intereses políticos por la otra.

Parafraseando al gran Joseba Arregi podríamos decir que políticamente se gobierna “como si ETA no hubiera existido nunca”. ¿De verdad que sale rentable tener contenta a esta gente?

“Te odiaría sin pensara en ti”, se dice en Casablanca. A lo mejor, lo imprescindible para la auténtica y verdadera convivencia sea no dejar de pensar en los que han hecho tanto mal.