Gabriel Sanz-Vozpópuli
Nos quejamos mucho de la política pero lo ocurrido con la elección de Louzán, como tantos otras decisiones, nos retrata como país
Que el condenado por prevaricación Rafael Louzan, ex presidente de la Diputaciòn de Pontevedra (PP), se haya hecho con la Presidencia de la Real Federaciòn Española de Fútbol (RFEF) me parece mucha menos noticia que el cómo: nada menos que 90 de los 148 dirigentes territoriales con derecho a voto que componen la asamblea del fútbol español, un 62% del total, han apoyado a un señor inhabilitado judicialmente por pagar dos veces las obras de un campo de hierba artificial en su provincia aunque todavía no sea firme la sentencia, recurrida ante el Tribunal Supremo.
Lo ocurrido no habla mal de Louzán, no, habla pésimamente mal de un mundo, el del fútbol español, cada vez más autorreferencial y sectario. Sólo así se explica el apoyo rocoso tanto a él como a su antecesor condenado, Pedro Rocha, inhabilitado también por el alto tribunal deportivo, el TAD. Cómo es posible que ninguno de esos 90 dirigentes se haya hecho las preguntas pertinentes en este caso: ¿Cómo voy a apoyar con mi voto semejante perfil cuando estamos en plena organización conjunta con Marruecos, nuestro vecino del sur, del Mundial 2030?
Sigo con las preguntas que esos grandes electores federativos debiero hacerse y no se hicieron: ¿Qué imagen quiero transmitir al mundo si elijo para mandamás del fútbol hispano a un tipo capaz de pagar dos veces por la misma obra -a saber para qué pero nos lo imaginamos-? ¿Comparto con mi voto afirmativo esa forma de actuar en la reponsabilidad pública o elijo a alguien que, sin ser de mi cuerda ni atender al «que hay e lo mío» represente mejor que Rocha o Luis Rubiales la imagen de España ante la FIFA y ante el mundo?
Todos eran sabedores de que resulta irresponsable lanzarse a apostar por la incertidumbre habiendo otros candidatos, que los había, y pesando sobre Louzán la amenaza de que su mandato caduque dentro de dos meses -lo que tarde en dictaminar el Alto Tribunal-. Es inadmisible, en definitiva, que a quienes se presupone querencia por la estabilidad elijan lo contrario a las puertas de algo tan complicado por naturaleza como es la organizaciòn de un mundial de fútbol, solo por dejar con un palmo de narices al Gobierno.
Que ninguno de esos 90 dirigentes, insisto, haya tenido en cuenta eso da la medida del principal problema institucional de España: aquí nadie es responsable, «aquí no dimite nadie», que se dice en los bares con un pesimismo antropológico del cual no logramos desprendernos. Y esto vale para el fútbol y para cualquier otra responsabilidad pública. Fíjense en ese Carlos Mazón que resiste como gato panza arriba contra el mundo y contra buena parte de su propio partido al frente de la Presidencia de Comunidad Valenciana a pesar de los 220 muertos y una gestión políticamente muy deficiente y veremos si penalmente culpable de la DANA que asoló esa regiìn hace mes y medio.
El Tribunal Supremo dictaminará en febrero lo que sea respecto al futuro penal de Rafael Louzán, pero ninguno de sus 90 electores puede aducir ignorancia sobre unos hechos por los que ya ha sido condenado en primera instancia. Todos eran sabedores de que resulta irresponsable lanzarse a apostar por la incertidumbre habiendo otros candidatos, que los había, y pesando sobre él la amenaza de que su mandato caduque dentro de dos meses -lo que tarde en dictaminar el Alto Tribunal-.
Es inadmisible, en definitiva, que a quienes se presupone querencia por la estabilidad elijan lo contrario a las puertas de algo tan complicado por naturaleza como es la organizaciòn de un mundial de fútbol, solo por dejar con un palmo de narices al Gobierno. Ahora veremos al Ejecutivo de Pedro Sánchez gesticular mucho pero saben que poco pueden hacer; es más, sospecho que La Moncloa se va a sumergir en estos dos meses en un letargo declarativo y políptico, a la espera de que el Supremo le resuelva la papeleta… y vuelta a empezar.