Iñaki Ezkerra-El Correo
Parece la única explicación de que ningún ministro se haya planteado irse a su casa
La figura política de la dimisión ha desaparecido definitivamente de la vida pública española. Es una de las víctimas del coronavirus. En ese Gobierno Sánchez que, por su carácter multitudinario y apretado, su naturaleza colorista y su estilo tan vacilante como verborrágico, parece, más que un Gobierno, una asamblea universitaria, hay por lo menos una docena de ellos que han quintuplicado el número de «errores» por los que habría dimitido cualquiera de los titulares que les precedieron. La única explicación de que ninguno se haya planteado la posibilidad de irse a su casa y de que a ninguno de ellos la oposición se lo haya exigido con la suficiente convicción, está en el predicamento y peso morales que al parecer tiene Patxi López tanto en su propio partido como en todos los que componen el arco parlamentario. Hablo de la insólita consigna que lanzó a finales de septiembre de 2018 tras las caídas en fila, y como naipes de una baraja, de Carmen Montón, Concepción Pascual y Màxim Huerta. Aquel justificado torrente de ceses hizo que el ya entonces secretario de Política Federal del PSOE lanzara un tajante, inapelable, viril, recio y regio ‘dictum’: «Hasta aquí hemos llegado. Aquí ya no dimite nadie».
En cualquier sistema de libertades, a un señor se le ocurre decir algo así desde un puesto de responsabilidad de un partido que gobierna e inmediatamente tendría una indignada y merecida respuesta de los líderes de la oposición: ¿Pero quién es usted para decretar ese toque de queda en el pensamiento y en la vida política de un país? ¿Quién se ha creído usted que es para decidir algo así por sus narices, por su real gana, ‘porque yo lo valgo’? Sin embargo, lo dijo un hombre con el carisma, la magia, el atractivo personal, la ‘auctoritas’ de estadista de Patxi López y nadie dijo ni mu. Se hizo, alrededor de ese puñetazo en la mesa de la democracia, un extraordinario silencio. Lo dijo Patxi, punto redondo. Y es así como se ha venido cumpliendo ese decreto no escrito desde esa fecha hasta hoy como si fuera palabra de Dios. Así hasta estos días, en los que nadie parece atreverse a plantear en serio la dimisión de unos cuantos representantes de ese Gobierno que están en la mente de todos y en el que se salvan de merecer el destino del cese Margarita Robles, Nadia Calviño y poco más.
Se pide, en cambio, un improbable gobierno de concentración, que ciertamente sería la salida, siempre que no se entienda por éste un aumento numérico de carteras y vicepresidencias. Porque más concentrados de lo que están ahora sus 23 miembros, como piojos en costura, es imposible. Gobierno de concentración sí, pero no este ‘overbooking’ ministerial.